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miércoles, 23 de diciembre de 2015

Adiós al narciso


Allí dentro, en algún lugar de su mente, Dionisio Vélez Trujillo cree que ha sido el mejor alcalde en la historia de Cartagena. Él está convencido de que en sus dos años de gobierno atípico hizo con la ciudad lo que ningún mandatario ha podido. Y lo que es peor: nadie podrá persuadirlo de otra cosa distinta al supuesto hecho de que su imagen pública crece favorablemente todos los días.

De nada sirve que la gente se queje y se fastidie ante sus malas decisiones, pues el tipo no tiene remedio. Me lo imagino viéndose al espejo cada mañana y piropeándose su propia gestión administrativa como aquella bruja del cuento de Blancanieves que vivía de la palabra de su espejito de mano y no de la autocrítica.

A Dionisio no ha habido algo o alguien que lo saque de su mundo de ensoñación profunda. Estamos ante un alcalde terco, imprudente, arrogante e inexperto que se dedicó a imponer su desatinado punto de vista a problemas que merecían más de una asesoría colectiva, por no decir que necesitaban de la opinión de los ciudadanos. Es por eso que en su administración hubo actos tan estúpidos como gastarse el presupuesto del distrito en portarretratos suyos para los colegios públicos o en construir una placa conmemorativa en honor a unos ingleses que asediaron a la ciudad en el siglo XVIII.

¿A quién si no es a Dionisio se le ocurriría juntar las Fiestas de Independencia con el Concurso Nacional de Belleza? ¿A quién si no es a este viejo Narciso se le pasaría por la cabeza olvidar apoyar al Cabildo de Getsemaní y construir el adefesio de la “loma” de Marbella?
La falta de planificación de Vélez no tiene precedentes, y la movilidad en la ciudad es un caos sólo porque él quería que su gobierno fuera el que tuviera la audacia de terminar Transcaribe. Este bochornoso acto de vanidad implica también una gran irresponsabilidad: pese a que Cartagena necesita culminar su sistema de transporte masivo, adolece de la infraestructura adecuada para ponerlo en marcha, ya que faltan puentes peatonales en las estaciones, no se ha ejecutado el plan de semaforización y mucho menos completado el programa de chatarrizar las busetas. Además ¿hacer esto en temporada navideña? Definitivamente a nuestro alcalde le faltan buenos asesores y sentido común.

Para cuando el 2015 acabe, Dionisio saldrá de la alcaldía y despertará de su grandeza ilusoria. Se dará cuenta de que su paso por la ciudad estuvo lleno de penas y desprovisto de gloria. Quizás su único consuelo sea el crecimiento del nuevo edificio de Tecnar.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

País de agüeros

Si alguien me dijera que en Colombia reina la superstición yo no sería capaz de refutarlo. El nuestro es un país de brujos y de fieles creyentes en lo sobrenatural. Por eso no es extraño que varios de nuestros presidentes durante sus ceremonias de posesión hayan acudido a un chamán para espantar las lluvias y no al parte meteorológico.
Los colombianos somos metódicos en cuerpo pero esotéricos de corazón. Nos encanta hablar como científicos al tiempo que conservamos un viejo dólar en la billetera para atraer la prosperidad. Esa es la razón por la cual muchas veces nuestra cultura tiende más a la magia que a la elaboración teórica; ello no significa que seamos incapaces de construir un conocimiento seguro y bien argumentado, por el contrario, poseemos una epistemología que consiste en la imaginación, y no hay nada más sólido que el provecho que le saca uno a la facultad de crear y al hábito de creer.
En este país hemos inventado agüeros que no son más que alegorías, formas metamorfoseadas de la esperanza. Nos resulta imposible querer plantearnos nuestros sueños desde la racionalidad. Somos los transeúntes de un régimen de la imaginación que desdeña la lógica y enaltece la fantasía. ¿Para qué buscar trabajo mandando hojas de vida hacia distintos establecimientos si puedo meter tres hojas de laurel en mi zapato izquierdo? ¿Para qué trazar un plan de ahorros sobre la tapa de la nevera si puedo ponerme un interior amarillo la víspera de año nuevo?
Habrá quienes contabilicen y distribuyan con moderación todos los alimentos de la casa, pero conozco personas que todavía guardan un plato de lentejas debajo de sus camas para que nunca falte la comida. Incluso tengo un conocido que los 31 de diciembre vacía todas sus cuentas bancarias para poner su plata sobre el colchón y acostarse en ella hasta que amanezca. Luego, cuando los bancos abren, vuelve a llenar sus cuentas. Y ese es su secreto para conservar la plata.
Podría decirse que hasta los malos agüeros tienen su utilidad: nos sirven para transformar en un lenguaje simbólico las oscuras realidades de un país que peca, en exceso, por su explicitud. Aquí no hablamos de la crisis generada por la pérdida de la identidad, aquí rompemos espejos. No hablamos de la muerte ni de la enfermedad, sino de mariposas negras. Y cuando nos parece inconcebible aceptar nuestros impulsos decimos que el diablo empuja la mano.
A lo mejor la paz en Colombia sea una cuestión que deba tratarse más desde el ámbito de lo asombroso que desde el intelectual. Tampoco estaría mal que el próximo presidente de la nación fuera un poeta.