Difícilmente un colombiano podrá encontrar un concejo más inútil y farandulero que el Concejo Distrital de Cartagena de Indias. En un ranking que premiara la falta de preparación política y la banalidad, nuestros concejales serían, sin lugar a dudas, los primeros.
Esto no es un juicio a la ligera, es una conclusión después de dos décadas de políticos incompetentes. Para nadie es un secreto que la mayoría de nuestros concejales aman la polémica vacía y son grandes oportunistas de los temas de moda, a ellos les encanta la vitrina de los medios de comunicación y poco les importa que tengan que presentar propuestas absurdas o malintencionadas para llegar a su anhelada exhibición mediática.
Seducidos por una sociedad que enaltece al espectáculo y a la trivialidad, nuestros concejales se acostumbraron a las payasadas: un día debaten sobre si hacen o no la oración de los buenos días, otro día Duvinia Torres y William Pérez Montes proponen una discusión para imponer en los colegios públicos un “Mes de la Biblia”, y tiempo después a César Pión se le ocurre prohibir que la gente ande sin camisa por las calles. Mientras llevan a cabo aquella función de circo y ganan casi medio millón de pesos por sesión, Cartagena sufre la pobreza y la inseguridad, la discriminación sexual y la desigualdad económica, la inmovilidad del alcalde Manolo y sus declaraciones apresuradas.
La payasada más reciente y motivo de esta columna, la ha formulado el concejal Antonio Salim Guerra, quien hace unos días dijo que la marcha de la comunidad LGBTI no debería hacerse en las calles de la ciudad sino en un lugar privado, porque, de lo contrario, afectaría “el normal desarrollo sexual de los menores de edad”. Para él sería una ‘incomodidad’ explicarle a un niño el motivo por el que un hombre está ‘disfrazado’ de reina.
Esta declaración, aparentemente banal, encubre un repugnante prejuicio: ese que dice que las lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales son un peligro para la sociedad, razón por la que es necesario esconderlos, eliminarlos de la vida pública.
Cabe aclarar que no es la primera vez que Salim Guerra discrimina a un grupo social y se aprovecha de la inocencia de los niños para respaldar una estupidez. Ya había afirmado que la champeta propiciaba un “baile plebe” y que debía prohibirse porque aumentaba los embarazos en las adolescentes. Tipos como este me hacen pensar que Cartagena necesita una revolución política y cultural urgente, porque con estos concejales de circo el espectáculo da es vergüenza.