Visitas

domingo, 30 de octubre de 2016

Concejales de circo

Difícilmente un colombiano podrá encontrar un concejo más inútil y farandulero que el Concejo Distrital de Cartagena de Indias. En un ranking que premiara la falta de preparación política y la banalidad, nuestros concejales serían, sin lugar a dudas, los primeros.
Esto no es un juicio a la ligera, es una conclusión después de dos décadas de políticos incompetentes. Para nadie es un secreto que la mayoría de nuestros concejales aman la polémica vacía y son grandes oportunistas de los temas de moda, a ellos les encanta la vitrina de los medios de comunicación y poco les importa que tengan que presentar propuestas absurdas o malintencionadas para llegar a su anhelada exhibición mediática.
Seducidos por una sociedad que enaltece al espectáculo y a la trivialidad, nuestros concejales se acostumbraron a las payasadas: un día debaten sobre si hacen o no la oración de los buenos días, otro día Duvinia Torres y William Pérez Montes proponen una discusión para imponer en los colegios públicos un “Mes de la Biblia”, y tiempo después a César Pión se le ocurre prohibir que la gente ande sin camisa por las calles. Mientras llevan a cabo aquella función de circo y ganan casi medio millón de pesos por sesión, Cartagena sufre la pobreza y la inseguridad, la discriminación sexual y la desigualdad económica, la inmovilidad del alcalde Manolo y sus declaraciones apresuradas.
La payasada más reciente y motivo de esta columna, la ha formulado el concejal Antonio Salim Guerra, quien hace unos días dijo que la marcha de la comunidad LGBTI no debería hacerse en las calles de la ciudad sino en un lugar privado, porque, de lo contrario, afectaría “el normal desarrollo sexual de los menores de edad”. Para él sería una ‘incomodidad’ explicarle a un niño el motivo por el que un hombre está ‘disfrazado’ de reina.
Esta declaración, aparentemente banal, encubre un repugnante prejuicio: ese que dice que las lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales son un peligro para la sociedad, razón por la que es necesario esconderlos, eliminarlos de la vida pública.
Cabe aclarar que no es la primera vez que Salim Guerra discrimina a un grupo social y se aprovecha de la inocencia de los niños para respaldar una estupidez. Ya había afirmado que la champeta propiciaba un “baile plebe” y que debía prohibirse porque aumentaba los embarazos en las adolescentes. Tipos como este me hacen pensar que Cartagena necesita una revolución política y cultural urgente, porque con estos concejales de circo el espectáculo da es vergüenza.

sábado, 15 de octubre de 2016

En memoria de Lil

Cuando pienso en mi profesora Lil Martha Arrieta Arvilla, en su pronta partida, en su fulminante fuga de este mundo, siempre la relaciono con los versos de cierto poema de José Lezama Lima: “Ah, que tú escapes en el instante en el que ya habías alcanzado tu definición mejor”.
En eso estamos de acuerdo casi todos los que la conocimos. Su muerte, a los 32 años de edad, se dio cuando Lil apenas disfrutaba de la recompensa intelectual que nos otorga la vida cuando sacrificamos gran parte de nuestra juventud estudiando. Lil era una experta en escudriñar las palabras, sus tesis de pregrado (“Implicaciones del medio televisivo en narraciones de experiencias cotidianas”) y maestría (“La construcción de identidad en la búsqueda de consenso a raíz de la crisis diplomática entre Colombia, Ecuador y Venezuela”) muestran a una mujer interesada en los misterios del discurso, en el laberíntico –y a veces contradictorio– universo de las ideologías.
Me consume una triste intriga al imaginar cuál sería la reacción de Lil si viviera el ambiente que hoy se está viviendo en Colombia, qué tipo de análisis propondría, cómo sería su búsqueda de la paz y de qué tamaño su indignación al advertir que todavía hay colombianos que prefieren la guerra. Estoy seguro que ella hubiese enriquecido todos nuestros debates actuales.
Ya ha pasado un año desde el trágico accidente que se llevó a mi profesora de un país desconocido a otro país desconocido. Un año difícil para sus amigos y familiares que en cada momento cotidiano sentimos el abismo de su ausencia. Quien ha experimentado la muerte de un ser querido sabrá que la ausencia es un fenómeno que ocurre cuando un recuerdo toma posesión de un lugar vacío del presente, al punto de que toda evocación se convierte en una sucesión de terrenos baldíos, habitados por la gente que ya no está con nosotros.
Cuando Lil murió, muchos espacios de nuestra vida quedaron desiertos. Los salones de la Universidad de Cartagena no fueron los mismos desde entonces, ni la sala de profesores del programa de Lingüística y Literatura, ni los pasillos de la biblioteca, ni las clases de Taller de Argumentación o Análisis Crítico del Discurso. Cada centímetro que mi profesora marcó con su rutina ha sido invadido por la nostalgia.
Amiga Lil, las personas que te admiramos y te quisimos somos conscientes de que eres irremplazable. El lugar que ocupaste en este mundo siempre tendrá el estatuto de las vacantes perpetuas.

A los escépticos

No es de ingenuos emocionarse con la paz y creer en ella. Esa fe no nos hace menos inteligentes que quien se mantiene escéptico ante todo (por aquello de que la duda es un rasgo de la lucidez), ni nos convierte en ‘enmermelados’ del Gobierno Nacional (por aquel disparate de que el presidente Santos es dueño de la paz). La alegría ante el fin del conflicto armado en Colombia es una emoción válida y admirable.
Entiendo a la perfección cuando algunas personas alegan que con los acuerdos de paz entre el Gobierno y las Farc no se está logrando una paz absoluta. Tienen razón. Es innegable que en prosperidad, inclusión y desarrollo, Colombia todavía tiene un largo camino por delante, especialmente en lo que respecta al reconocimiento de los derechos de las minorías étnicas y sexuales. Pero ya lo dijo el poeta español Antonio Machado: el camino no existe realmente, el camino se hace al andar. Y los colombianos estamos andando, hemos dejado de arrastrarnos en la brutalidad de la guerra para comenzar a dar pasos tranquilos sobre la senda de la esperanza. Entre todos estamos colocando la primera piedra de un futuro hermoso y necesario.
A quienes este punto de partida les parece poca cosa quisiera aconsejarles que no menosprecien el valor de las primeras piedras: la pirámide más grande de Teotihuacán empezó a construirse con un pequeño ladrillo; la incendiaria y monumental acacia que cierto día rompió la atmósfera del traspatio fue, en un principio, una diminuta semilla. Toda gran obra es el resultado de una pequeña pero significativa acción.
Que las Farc hayan decidido cambiar las balas por los argumentos no significa que todos los colombianos vayan a prescindir de la violencia para justificarse, de hecho habrá viejos grupos inescrupulosos (aquellos que viven de la guerra) que con tal de imponer sus ideas serán capaces de cometer atrocidades. Sin embargo, el ejemplo de las Farc será tomado en cuenta por las nuevas generaciones, nuevos ciudadanos que optarán por las palabras antes de tomar un fusil para transmitir sus opiniones. Ésa es nuestra mayor ganancia: niños y niñas que crecerán con la certeza de que siempre será preferible el debate al combate.
En algunos pueblos suelen decir que si el gallo no canta, el sol no sale. A lo mejor estos acuerdos de paz son el canto que Colombia necesita para que el sol de la democracia y el respeto por fin se alce sobre esta tierra oscura contaminada de tanto odio y tanta violencia.
Incluso los escépticos necesitan de un ambiente libre de balas para expresar sus dudas.