Hay algo que en cierta medida me decepciona de la población electoral de este país: siempre termina votando por el candidato más corrupto, por aquel que tiene más escándalos políticos. Es como si nos gustara el fracaso, como si fuéramos amantes de los naufragios que sufren nuestros proyectos nacionales. Seguimos vendiendo el voto, continuamos creyéndonos la farsa de nuestros aspirantes.
Si Colombia está tan mal institucionalmente, la culpa, en gran parte, es de nuestra irresponsabilidad moral y de nuestra falta de censura a los funcionarios públicos corruptos.
No puedo comprender cómo es posible que la gente considere votar por Zuluaga o Santos a pesar de todos los problemas políticos en los que se encuentran sus campañas. Es inconcebible cada una de esas encuestas donde despuntan precisamente los que más indicios de mal gobierno tienen. Si los colombianos no despertamos frente a la comedia de dos candidatos que se revelan mutuamente sus fraudes, estamos condenados al subdesarrollo.
Lo que más desilusiona es que cuando es evidente que ninguno de los posibles ganadores a la presidencia parece resultar eficaz todos se vuelcan hacia el voto en blanco como si los candidatos de la izquierda no existieran, como si Clara López fuera, de entrada, peor que Santos, Peñalosa o Zuluaga, o como si Aída Abella fuera más mala que Vargas Lleras.
Este rechazo es producto de los prejuicios que nos quedaron del siglo XX y sus alborotos marxistas. Pero hoy estamos en una democracia, y frente a esto debo afirmar que la izquierda aún no ha sido probada en el poder, quiero decir, en el verdadero poder.
Las pocas veces que se ha elegido a un alcalde o a un gobernador más o menos correcto ha habido siempre en oposición una muralla de concejales y medios de comunicación de ideologías contrarias, dominados por una clase política que nunca ha dejado de controlar la triste realidad nacional. Me refiero al Partido Conservador, al Partido de la U, al Centro Democrático. Todos integrados por personas con antecedentes judiciales, procesos penales sin concluir y escándalos políticos.
Son partidos que surgieron en las clases sociales donde se concentra, injustamente, la mayoría de las riquezas del país y sin embargo, al momento de las elecciones, son partidos políticos que ganan porque por ellos votan los pobres, los jodidos, los desempleados, los familiares de desaparecidos y los ciudadanos despistados.
Ojalá que tanta pobreza y tanta exclusión social nos revuelva al fin la conciencia, de tal manera que el día de las elecciones el tarjetón electoral se convierta exclusivamente en nuestra bandera de la independencia.
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