En clase, un profesor comentó que habían muchos abogados poetas y novelistas que redactaban textos extensos en los procesos, teorizando así la causa de la falta absurda de inmediatez de los procesos judiciales, en otras palabras: la poesía no debería meterse en ese campo del derecho.
Lo que concluí de esa afirmación fue que él probablemente sólo conozca a malos poetas, y luego escribí esto.
Cuando se discute sobre cómo disponer del desarrollo de la humanidad no se pueden dar soluciones que se extraigan del presente, usar la misma materia ruinosa y en llamas que buscamos cambiar, porque este método para sobrellevar la actualidad no hace sino cebar el círculo vicioso de las épocas sin tiempo, del año que avanza inmóvil en una corriente de pensamiento estático. Quiero decir, nadie iba a cambiar el Medioevo con el clero como nadie va a cambiar el siglo XXI con revoluciones socialistas armadas o plenas estructuras capitalistas, sencillamente porque no son ideas que vienen del futuro.
Nuestra evolución está sustentada por conceptos desconocidos y circunstancias de radicalismos artísticos, porque es lo único en exceso que no se deforma. Hoy muchos creen que estamos avanzando porque el reloj siguió dando vueltas o la luna continuó buscando un cuarto para pasar la noche, el avanzar de un pie delante de otro es un avanzar físico, se camina porque hay un espacio material para seguir adelante pero en la mente andar con los mismos pasos garantiza la idiotez. El mundo no tiene que ir de un lugar a otro para anticipar sus eras, tiene que pensar diferente.
El verso lleva el control de todo. La política nunca ha sido su definición: “el arte de gobernar”, ¿por qué dejarle el gobierno de los países a una abstracción tan falsa? ¿La administración de justicia a un modelo tan mecánico y repetitivo? Queda claro que la respuesta a cómo el arte sí puede organizar el mundo es el principio de pensar diferente, a progresar en la única dimensión aceptable para la humanidad: la artística.
Por eso cuando el juez sea un poeta, el símbolo de la justicia no tendrá una espada en la mano, quizá un ramillete de margaritas inflamándose o un cuchillo de mesa, los alegatos dejarán de sonar como barras nutricionales de productos aburridos, serán pájaros o salamanquejas de trueno, el Congreso siempre estará en un taller de pintura sobre la paleta del flacuchento desahuciado que ha pasado toda su vida elaborando leyes en óleo todavía incomprensibles para la corbata y el bufete de abogados. Cuando se vean raperos que den clases de economía y físicos que enseñen la naturaleza del surrealismo, sentiremos este presente tan primitivo, que lo estudiaremos como se estudia la Santa Inquisición en la historia. Al fin y al cabo la política es cosa de artistas, sino ¿cómo va a terminar siendo un arte?
Si los procesos judiciales llegan a funcionar en el nivel de la poesía, tengo que decir que he subestimado al Derecho.
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