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lunes, 21 de julio de 2014

La vulgaridad absoluta

A veces creo ver al Cuchilla entre la gente, parado en frente de la Torre del Reloj a una hora imprecisa, fabricando groserías en el aire como si estuviese soltando pajaritos de una jaula de la imprudencia.
Así funciona mi nostalgia con ese contador de chistes que murió de causas desconocidas sin que alguien en el mundo hiciera algo por él. Siento que es una estatua de vidrio que de repente se pone entre la gente, y estoy seguro de que nuestro buen humor es una extensión de la obscenidad literaria del Cuchilla. Nadie lo echó de su lugar, a nadie se le ocurrió que tal vez él fuese un invasor del espacio público, simplemente porque el concepto de espacio público podía llegar a serlo sólo cuando él hacía que todos se reunieran a una misma hora en una vulgaridad absoluta.

¿Por qué se piensa entonces que no es igual con el Uso Carruso y el Mello que hace poco fueron desalojados mientras contaban un chiste? Porque a la política de la ciudad no le interesan sus artistas. Ingenian sistemas de transporte que nunca terminan, construyen puentes que están a punto de caerse, borran con propaganda electoral los muros cargados de grafitis, convierten en sede de la policía lo que alguna vez fue el espacio destinado a un parque de la cocina caribeña; todo esto como si la cultura fuera el hobby de los desempleados, una abstracción que está por debajo de la economía.

Por eso Cartagena no tiene identidad propia y la mayoría de los ciudadanos pueden mirar el monumento de Cristóbal Colón con la india arrodillada en plena Plaza de la Aduana sin sentir vergüenza, sin experimentar un poco de indignación y de esa manera nadie desarrolla una actitud crítica ya que toda la violencia de nuestra palabra está sustentada en la determinación de la cultura.

El Uso saldrá de su casa pensando en otras cosas diferentes a un chiste, no sé si mirará las calles despavimentadas, las iguanas de pan reptando en la vitrina de alguna panadería, el misterioso espanto dentro de una bolsa de la basura o la soledad de un anciano sobre su mecedora esperando la nostalgia de la tarde, no sé si el Uso siente la miseria de este país en cada partícula de su lenguaje pero admiro que todos los días esté dispuesto a echar una vulgaridad llena de risa cuando vivir ha sido siempre el verbo conjugado por los desgraciados. Entonces el Uso Carruso se detiene en el centro de la ciudad a reunir gente, algo que todavía no hace el Estado con su fuerza pública que da más miedo que seguridad, suelta una mueca y empieza sus burlas constantes a nuestros hábitos.

¿Y todo eso para qué? Para encontrar en la terminal de buses a un corroncho desarmando su celular en busca de una llamada perdida, para denunciar la pederastia del Padre Clero, para hacer graciosa la triste mojosera del pescador hambriento, para que nadie pueda al fin morirse en Cartagena sin antes reírse de su pobreza.

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