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martes, 22 de julio de 2014

Un adiós para el déspota

Estaba acostumbrado a que las clases de derecho del Procurador Alejandro Ordóñez fueran más bien sesiones de catequesis que interpretaciones constitucionales. No era necesario prestar mucha atención al asunto para advertir que durante todo su mandato ahorcaría el libre desarrollo de la personalidad con el falso rosario de su opinión ortodoxa. Sabía que mientras este señor estuviera en su cargo la justicia iba a ser siempre un fenómeno extraño guiado por los mismos principios de un grupo de pastoral.
Así fue como pronostiqué que una institución que debería velar por nuestros derechos fundamentales (la Procuraduría) terminaría poniéndose en contra de los tres casos permitidos de aborto, del matrimonio homosexual y de la adopción entre parejas del mismo sexo. Lo que nunca imaginé fue que esta institución, encabezada por la parodia de un profeta, fuera a estar en contra de algo tan básico como la democracia.
La destitución de Gustavo Petro dejó claro algo que antes solía ser un supuesto: la soberanía de Colombia no reside en su pueblo. También despejó las dudas que teníamos sobre los límites de los funcionarios públicos y el equilibrio entre las ramas del poder: ya sabemos que no existen.
Y lo digo porque resulta evidente la extralimitación del Procurador con Petro. Es insensato considerar como una falta disciplinaria dar el control de las basuras al Estado, y lo es todavía más inhabilitar por 15 años al alcalde que lleva a cabo este proceso. En la teoría de la argumentación hay un análisis infalible que consiste en deducir de qué lado está una persona con sólo saber a qué o a quiénes defiende esa persona. Ahora, si lo que hizo Petro fue quitarle el monopolio del aseo a los grupitos ricachones de siempre y mereció por eso la excesiva sanción del Procurador, ¿de qué lado estará Ordóñez?
Creo que Alejandro Ordóñez ha sido un personaje que, siendo fiel a la idea de sobrepasar sus límites políticos, sobrepasó también su número de nombres: ahora además de ser el Procurador todos lo ven como un Procuradios, un Procuralord, un Pro-acusador, un Pro-abusador y hasta un ProcuraDos, ya que él mismo denuncia y él mismo condena. Todo esto no puede ser otra cosa que un mal chiste, una horrorosa morisqueta de nuestra organización estatal, y pese a todos los apodos que han surgido para designar a este señor, yo sigo esperando que algún día podamos llamarle ProcurAdiós, para saber que se va y que no vuelve, para no verle más su pésima cara de viernes santo que a veces conjura milagros de cartón y otras veces invoca a la corrupción, con sus respectivas persecuciones políticas.

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