Aquella frase fue la que lo terminó todo. En uno de los lujosos pasillos del Hotel Cadebia en Barranquilla, los integrantes del grupo Son Cartagena habían decidido acabar el sueño musical que los había llevado hacia la fama. Los músicos, con sus instrumentos guardados en sus estuches, miraron fijamente a un asustado Luis Alean, su representante legal. No podían creer que él estuviera engañándolos con el dinero recogido en cada presentación, y ahora que se daban cuenta no soportaban la indignación del fraude.
Por eso se iban: para no tocar más con un grupo viciado. Sin embargo, era imposible volver a Cartagena tal como lo habían resuelto. Luis Alean ya había firmado todos los contratos de los conciertos de esa noche, y estaban sujetos a cumplirlos. Para convencerlos, Luis Alean les pagó unos pesos por adelantado y les dijo:
– Allá en Cartagena arreglamos.
Pero todos sabían que el sueño había llegado a su fin y que, en efecto, nada se arreglaría. Esa noche hicieron la presentación más triste de sus carreras. Una gira de conciertos donde no tocaron con sabrosura. En el último club, al finalizar su última canción, muchos sintieron que en el pecho se les cerraba una puerta con candado. Antes de salir de Barranquilla, el grupo Son Cartagena había dejado de existir.
Un grupo de barrio
En 1982, la facultad de economía de la Universidad de Cartagena contrató a José Lara para abrir una electiva de clases de gaita. Lara, que también hacía parte de los Gaiteros de San Jacinto, vio en Luis Antonio Gonzáles un pupilo ejemplar. “Luchito” (un apodo con el que lo conocerían siempre) mostraba un conocimiento musical congénito y se aprendía rápido los ejercicios que su maestro le exigía.
– Aprieta el jopo, Luchito, aprieta el jopo –decía Lara, para entrenarlo en la pericia de soplar la gaita.
Nadie imaginó que aquellas clases iban a ser el suceso más determinante en la formación del grupo Son Cartagena. Todas las tardes Orlando Oliveros escuchaba ensayar a Luchito desde el patio de su casa, en el barrio Canapote. Eran amigos de infancia y lo que hiciera el uno tenía que hacerlo el otro también. Así que con un tambor recién comprado, Orlando empezó a practicar en solitario, persiguiendo las notas de la gaita de Luchito que iban expandiéndose por todo el vecindario. Luis Eduardo Gonzáles, apodado “el Niño”, vivía en la misma calle y no demoró en unírseles con una tambora.

Los primeros pasos
El grupo, todavía sin nombre, ensayaba en las casas de sus integrantes, copiando long plays de losGaiteros de San Jacinto o tocando con aire festivo una cumbia popular. Su gran debut se dio en el Festival Folclórico Nacional de Ibagué, a donde fueron invitados por el Ballet Folclórico de la coreógrafa Betty Taylor, una amiga que, de vez en cuando, los dejaba practicar en su casa ubicada en el barrio Manga. Después de Ibagué, el grupo concluyó que debían formalizarse para comenzar a tocar solos. Pero primero necesitaban un nombre. Mientras iban en un taxi para dirigirse a un evento, los cuatro canapoteros pensaban en uno que les sirviera. Fue Orlando el que dijo:
– Ya está Son Palenque… y los Soneros de Gamero… ¡Vamos a ponernos nosotros Son Cartagena!
Todos los integrantes estuvieron de acuerdo.
Desde aquel día, Son Cartagena empezó a protagonizar pequeños conciertos. Tocaron con la agrupación de Estefanía Caicedo, de quien se decía era la única bullerenguera de la ciudad y de cuya inspiración surgieron canciones para el Joe Arroyo. Allí se les une Víctor Medrano, apodado más tarde “el Docto”, y les ayuda tocando la tambora. Como aún no habían compuesto sus propias canciones, sus presentaciones consistían en reproducir temas que estuvieran sonando en el momento, como el “mambaco” y los éxitos de la Niña Emilia (“Coroncoro”, “Cundé cundé cundé”).
Esa constante repetición de temas de otros artistas fue la que les generó un breve altercado con Irene Martínez. Era noviembre de 1985. Como solía acostumbrarse por esos años, las distribuidoras de licores contrataban a grupos folclóricos para ambientar la llegada de las reinas nacionales al aeropuerto de Cartagena. Al grupo Son Cartagena lo habían contratado para cantar en una tarima de Ron Tres Esquinas mientras que Aguardiente Antioqueño había hecho lo mismo con Irene Martínez. Llegado el momento de tocar, Son Cartagena interpretaba los mismos discos de Irene Martínez apenas ella terminaba de cantar, y a la tercera tanda toda la gente del lugar se sentía inmersa en un gracioso juego de ecos. Así que Irene Martínez se bajó de su tarima y fue directamente hasta donde estaba el Cone para decirle:
– ¿Por qué carajo están tocando los discos míos?
– Esos discos están sonando en la radio –respondió el Cone, riéndose– nosotros sólo estamos tocando.
Aquella experiencia les sirvió para reconocer que debían promover sus propios temas para poder grabar y ganar autenticidad. Con la ayuda de Luchito (que compuso la mayoría de las canciones), María Llerena Solís (compositora de “Martica”) y de Hugo Bustillo (compositor del “Buscapíe”) pudieron armar un álbum y grabar con Codiscos en Medellín. Para 1988, el long play fue todo un batazo. Los temas de Son Cartagena sonaron en septiembre y no dejaron de hacerlo hasta los carnavales de Barranquilla del año entrante. El “Buscapié” se mantuvo en el ranking musical de las emisoras durante meses, perdurando inalterable en el top 3 de aquellas fiestas (de segunda estaba “Martica” y de tercera “La estereofónica”). Son Cartagena estaba viviendo un éxito nunca antes visto en la música folclórica.
La fama y la gloria

Para esa época Son Cartagena había crecido. Se le habían unido Alex Osorio en los timbales, Martín “el Tetero” Gonzáles en los coros, Luis “el Perilla” Mercado en las maracas, “el Chiqui” López en el bajo y Héctor “el Tití” Rodríguez en el llamador.
La fama se acrecentaría en 1990, con su segundo long play, “Riega la bola”, cuyo tema principal (llamado del igual manera) caló en las emisoras con una rapidez sobrenatural. A la gente le gustaba un grupo tan popular, de barrio humilde, que lo mismo le daba cantar en la Plaza de Canapote que dar tandas de lujo en el Club Alemán. No había semana en la que Son Cartagena no saliera en Telecaribe, uno que otro concierto fue grabado en exclusiva por Jorge Barón. El Gobierno Nacional también debió notar la importancia de este grupo, pues los contrató para que fueran a cantarle al ese entonces presidente de Francia, François Mitterrand, en la Casa de Huéspedes Ilustres, mientras algunos funcionarios se bañaban en jacuzzis rodeados de mujeres desnudas.
De cada parranda los integrantes de Son Cartagena traían mujeres que se iban a vivir con ellos a los hoteles. Era la vida de los artistas famosos, la vida intranquila del ajetreo nocturno y la gloria recién ganada. En una ocasión, el dueño de una empresa de uniformes, Confecciones Toledo, les regaló unos trajes para el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla, pero cuando llegó la hora de la presentación los trajes no les quedaron a ninguno de los músicos, siempre una talla menor a la esperada, y en Luchito (que era el de mayor contextura) el chaleco y el pantalón eran más una blusa ombliguera y un descaderado que cualquier otra cosa. No obstante, todos hicieron su presentación con los trajes puestos. En el momento de bajarse de la tarima, el público enloqueció exigiendo otra canción más, y los integrantes de Son Cartagena tuvieron que escaparse por la puerta de atrás y correr hacia el bus que los transportaba. Cuando el cerco de personas se hizo intolerable e impidió que el bus arrancara, alguien del grupo dijo:
– Eche, tirémosle los uniformes.
Y así apaciguaron los ánimos de la multitud, fugándose como los ladrones de banco que cuando huyen arrojan dinero a las calles para despistar a los policías.
Tal era la fama.
El último concierto
Lo que más indignó al grupo fue que su representante legal, Luis Alean, era el hermano del Cone. De él se decía que había probado con todos los oficios y que exageraba el contenido de las historias. Una vez, estando en Montería, se hizo pasar por brujo y naturista para engañar a las mujeres y escuchar sus intimidades. Allá lo conocían como el Doctor Hantman. Esa manía suya para mentir le costó al grupo su unidad. Tras varios meses de éxito, algunos integrantes empezaron a sospechar del hermano del Cone. Pensaban que cuando firmaba los contratos musicales él cobraba una suma más alta de lo que luego les contaba. La discusión estalló una noche, en el Hotel Cadebia en Barranquilla: Son Cartagena no podía seguir así. Era como si alguien hubiese encendido un buscapié y lo hubiese puesto sobre la pelea. Luis Alean los convenció de seguir tocando, les prometió que en Cartagena arreglarían todo. En aquel último concierto la última canción fue el famoso “Buscapié” de Hugo Bustillo, y al final de la canción, cuando las voces callaron y los instrumentos dejaron de vibrar, uno a uno los integrantes del grupo Son Cartagena se fueron yendo de regreso a casa.
Dicen que cuando la tarima se vació, un extraño olor pólvora quemada quedó flotando en el ambiente.
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