Algún día llamarán a Cartagena de Indias como La Ciudad de los Concejales Perpetuos. Un día que no está muy lejos y que bien podría ser hoy si tenemos en cuenta que Antonio Quinto Guerra es concejal desde hace más de diez años o que Alfredo Díaz Ramírez y Lewis Montero Polo llevan más de dos períodos seguidos.
La verdad es que gran parte de la culpa que sobreviene a la ineptitud que hoy sufrimos es nuestra. Los que no venden el voto por treinta mil pesos lo hacen por un puesto de trabajo, las juntas de acción comunal están viciadas y los líderes de los barrios populares parecen, cada vez más, títeres de las grandes campañas electorales. Al final, terminamos eligiendo al mejor postor de nuestra vida personal y no a los mejores candidatos para la ciudad. Luego, cuando Cartagena está envuelta en un caos, nos sobra el cinismo suficiente para criticar el estado de las cosas, como si nosotros no fuésemos los principales responsables.
El Concejo es una institución que se pensó para establecer presupuestos justos y aprobar los planes de desarrollo más acordes con nuestra realidad social. No es un hotel con vacantes abiertas, no son curules destinadas a enriquecer personas el resto de sus vidas a 350.000 pesos la sesión ordinaria. El Concejo se creó para controlar políticamente los actos del alcalde y su gabinete, no para fundar un eterno grupito de politiqueros que en cada debate se van contra el alcalde sólo para persuadirlo sobre la concesión de un contrato que les conviene.
Los ciudadanos aún tenemos tiempo para cambiar esto. Ojalá maduremos como una sociedad intelectual, para que en el futuro no seamos la burla de los historiadores, ni nos recuerden como aquella gente que vivió feliz en La Ciudad de los Concejales Perpetuos.
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