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miércoles, 21 de enero de 2015

El club de Quinto

De todos los escenarios graciosos de la sociedad el más cómico es el político. Y lo es porque siendo algo tan serio nuestros políticos siempre se las ingenian para sacarla del estadio. Uno se entera de unas situaciones tan ridículas y absurdas que hemos terminado por reírnos para contrarrestar el daño. Y así ha sido durante décadas, porque la historia de Colombia es la historia de una broma pesada, repetida año tras año en cada institución pública que nos vamos inventando.

Últimamente me enteré de un chiste muy bueno: ese que dice que Antonio Quinto Guerra no está haciendo propaganda política antes de tiempo, que, por el contrario, él no ha movido un solo dedo para publicitarse y que aquel misterioso logo pintado en las paredes de la ciudad y pegado en cientos de ventanas traseras de autos pertenece a un club deportivo de sóftbol que por casualidad tiene el mismo nombre que él. 

Es el momento para echar una carcajada y preguntarnos seriamente: ¿será que este concejal nos está viendo cara de imbéciles a los ciudadanos? ¿Será que está convencido de que los cartageneros no piensan, no critican y no tienen el poder suficiente para censurarlo?

Ya de la clase política de Cartagena uno puede esperar todo un sinnúmero de artimañas. Estos tipos nos han robado el paisaje, han malgastado nuestros impuestos, han vendido nuestras playas, les han mentido a nuestros abuelos, nos han condenado al subdesarrollo y a la escasez de servicios públicos, se han apostado como buenos profetas sin serlos, y ahora, con la candidatura de Quinto Guerra, se nos burlan en el rostro con el más desvergonzado cinismo.

De todo esto, lo que más me sorprende es la confianza que tiene Quinto en lo que está haciendo. Siempre va con esa mirada de victoria, con esa seguridad de que nada ni nadie va a interferir en sus planes. Anda por el mundo como si todos fuéramos a votar por él, como si ya él fuera el alcalde. Cuidado: no vaya a ser que a la gente honrada se le dé por despertar y cambiar la triste dinámica de estos gobiernos podridos.
       
¿Cómo puede quedar electa una persona que desde ya nos está metiendo el dedo en la boca? ¿Patrocinaremos el timo y la viveza? ¿Será posible que alguien que trate de engañar al Concejo Nacional Electoral durante su campaña no nos engañe luego a nosotros cuando sea alcalde?

Hay que aclarar que Quinto Guerra sí tiene un club, pero un club de comediantes baratos y bufones de poca monta que lo siguen a toda empresa sin importarles la mentira ni el descaro. Si ese club quiere hacer publicidad electoral antes de tiempo, pues que lo haga, pero que no subestimen la inteligencia de los cartageneros, porque brutos no somos.

miércoles, 7 de enero de 2015

El arte que no es Arte

Colombia parece vivir en el medioevo: tiene un Procurador General de la Nación que ejerce su poder como un papa, una clase política que actúa como nobleza y un concepto de cultura tan deprimente que convierte en arte una tradición salvaje que no reivindica ningún valor humano importante. Ya lo dijo Gandhi: la grandeza de una nación y su progreso moral se mide en cómo tratamos a los animales. Si pensamos en eso, una porción de la sociedad colombiana adolece de retraso social cada vez que se celebran las corridas de toros.
Pareciera que el paso de los siglos no nos diera lecciones suficientes sobre la vida y que uno a uno los filósofos y los mesías hayan ido muriéndose sin que pudiéramos aprender de ellos un auténtico amor por la naturaleza.
Este mundo se está jodiendo. Mejor dicho: los seres humanos estamos jodiendo a este mundo. Hay gente en este país que mientras exige la paz a grito pelado asiste a las ferias taurinas y pide la oreja desde el palco.
No entiendo cómo una sociedad que le reclama la paz al Estado permite con tanta condescendencia fenómenos tan violentos como las corridas de toros.

Y a mí no me vengan con ese cuento de que comer carne y defender a los toros al mismo tiempo es un acto hipócrita. No se puede comparar la necesidad de alimentarse con el deseo de disfrutar un “espectáculo” cuyo eje es la muerte y la violencia. Otra cosa es este sistema capitalista (también salvaje) que transforma la comida en una mercancía que vale más por el dinero que produce que por la comida en sí misma, y con eso no estoy de acuerdo.
Tampoco vengan a decirme que la tauromaquia es un “arte” solo porque refleja la lucha por la vida, el encuentro con la muerte y la elegancia de torearla. Para eso está el verdadero arte, aquel que a través de la ficción construye sus propios mundos en donde mueren personajes y no gente de verdad. Aquí están muriendo animales de carne y hueso, y nosotros no sólo lo estamos permitiendo, sino que también lo estamos gozando. ¿A usted le gustan las corridas de toros? Perfecto, léase “La Capital del Mundo”, de Hemingway, o mire alguna película española sobre el ruedo. Pero no exija más violencia en la plaza, no convierta en entretenimiento la sangre y el sufrimiento de otros seres vivos.
¿Le parecería correcto que, interpretando a Hamlet, un actor realmente asesinara a otro que hiciera el papel del rey Claudio? Aquello sería una atrocidad y, sobre todo, un crimen en el teatro. Así es como muchos vemos la tauromaquia: un abominable camino hacia la deshumanización y un espantoso ejemplo para nuestros hijos.