He visto mujeres que parecen ciudades donde ha llovido todas las noches. Ciudades taciturnas, llenas de taxis y peatones solitarios que van de un lado a otro por las calles vacías. He visto mujeres duchándose que se ven como restaurantes nocturnos donde alguien se come la hamburguesa más triste del día. Mujeres desnudas bajo el telar de agua de la ducha, cosiendo y descosiendo su espumosa armadura de jabón y esmalte para uñas.
Mujeres que han entrado sin ropa al baño con el cabello desparramado por toda la espalda como un tatuaje que se escapa o una fuga de relámpagos. Mujeres que gozan solas y que construyen con el alma la antesala de una orgía. Mujeres de piedra que resisten en un templo de cascadas absolutas, rodeadas de acondicionadores y champús contra la caspa, cercadas por un mundo que en el agua no las asusta.
Mujeres que están hechas de sueños y que no se les puede despertar porque desaparecen. Mujeres sin cronología que se acuestan con el pasado desde el futuro más distante. Mujeres que esperan que alguien arroje una moneda a la fuente de los deseos para regalar sus besos. Mujeres que ya han inventado la máquina de los recuerdos.
He visto mujeres que cuando abren las manos liberan reflectores y aviones de guerra. Mujeres que en los pechos tienen soles de sangre y orquídeas brutales. Mujeres que son barrios y barrios que son grandes constelaciones de astros, brillando sobre el pavimento en su propio sistema de cuerpos estelares.
Mujeres blasfemas que dejaron a Dios para ir a abrazar soldados en los cines y pasear por las avenidas perforadas de luces fluorescentes. Mujeres celestiales que parieron diez mil hijos y los amamantaron con presagios y oraciones a la Virgen del Carmen. Mujeres de magma ardiente que quemaron con su labial rojo los cachetes de otras madres. Mujeres que fueron sirenas en el aire, cautivando con su canto a los pasajeros de un vuelo entre Cartagena y Manizales.
Mujeres que lloraron a todos sus esposos muertos y asesinados en combate. Mujeres que enterraron generaciones de primos, guerrilleros, sobrinos y oficiales. Mujeres que estuvieron allí cuando la bomba explotó esa tarde, cuando en el pueblo quisieron echarlos a todos y la vida se volvió un aciago catálogo de viajes. Mujeres infinitas que para entenderlas hay que hacer un curso intensivo en deidades. Mujeres sin poderes especiales que salen al trabajo con la capa y el antifaz de los héroes. Mujeres desesperadas que abortaron en clínicas amargas el fruto podrido de sus huestes.
A cada una de ellas las he visto entonando una canción de seda que sostiene con sus notas el mundo y en cuya letra terminan y empiezan todas las leyendas.
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