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miércoles, 19 de agosto de 2015

La ciudad basura


Tarde o temprano el mundo conocerá a la ciudad de Cartagena como la Ciudad Basura. Y esto no será precisamente por la contaminación de nuestros cuerpos de agua ni por la deforestación de los manglares. Mucho menos por el olor a orín de las murallas. Cartagena será la Ciudad Basura por su contaminación visual y la pésima calidad de los políticos que la llevan a cabo.
Cualquiera que recorra los barrios encontrará que en cada poste de luz hay un afiche de algún candidato a la alcaldía, gobernación, concejo o localidad. Pese a que el Decreto 0927 del 24 de julio prohíbe este tipo de publicidad a muchos de nuestros candidatos poco o nada les importa. Ellos tienen claro que el fin justifica los medios y serán capaces de cualquier cosa con tal de ganar las elecciones, así deban prometer mentiras, romper normas jurídicas, comprar votos, vincularse a una mafia política o forrar desvergonzadamente el espacio público con sus sonrisas postizas.
Yo me pregunto, si estos candidatos violan con tanta facilidad las normas que reglamentan sus campañas, ¿cómo será cuando sean alcaldes, gobernadores o concejales? ¿Cambiarán repentinamente su falta de ética? Por supuesto que no. Y la historia nos lo ha enseñado, sólo que no hemos aprendido de ella.
Es como si nos gustara que nos ultrajaran nuestra dignidad ciudadana, como si fuéramos masoquistas, como si quisiéramos muy en el fondo del corazón que Cartagena se parezca cada vez más a un relleno sanitario. Hemos permitido que estos candidatos nos transformen en mendigos de su poder político, un poder que, paradójicamente, somos los cartageneros quienes lo otorgamos.

Por esa mentalidad de limosneros, por ese pensamiento servil, nos hemos metido en las campañas de tipos que de antemano sabemos que son corruptos. Nos hemos tragado toda la mugre publicitaria de sus movimientos sociales buscando un beneficio personal.
Esa es la razón por la que Cartagena es –y me duele decirlo– una ciudad perdida entre cerros de basura política, una ciudad en cuyo corral mueren podridas todas las protestas, una ciudad prostituida por la publicidad electoral y la falta de conciencia, una ciudad mil veces timada que lo único que tiene de “fantástica” es la surreal payasería de sus dirigentes.

Ya no nos engañemos: Cartagena no es fantástica, es fantasmagórica. Lo que aquí ocurre no es producto del realismo mágico: es, más bien, de un realismo trágico. ¿Cómo llamar, entonces, al hecho de que los sinvergüenzas se lancen y nosotros los elijamos?
Ojalá y por fin entendamos que la basura se bota, mas no se vota.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Las cosas plebes


Soy fanático de la champeta. No porque entre los académicos esté de moda defenderla, sino porque crecí con ella. Toda la banda sonora de mis recuerdos está ambientada con champeta y me es imposible desenterrar mi pasado en Cartagena sin tener que mencionar Los Caballeros del Zodíaco o La Suegra Voladora. Si evoco una tienda allí estaba sonando el Sayayín, si recuerdo un boli del Chavo ese recuerdo arrastra la voz de Elio Boom desde alguna estación de radio.


Admiro la champeta por ser un género de las clases populares, por el erotismo de su ritmo y porque bailarla (solo o acompañado) implica una increíble destreza.

Pero así como a mí me gusta, es posible que otros la detesten. Ambas posturas deben respetarse. Sin embargo, el Concejo Distrital de Cartagena entendió todo lo contrario y con una alerta rebuscada de salud pública (que “la champeta embaraza”) señaló despectivamente los bailes eróticos de este género musical como bailes “plebes” que deben ser prohibidos.

Esta ciudad sí tiene cosas plebes pero no son los pases de baile de la champeta. Plebe es que en cada época electoral los políticos desmigajen todo ideal democrático comprándole el voto a la gente que por décadas ha sufrido la pobreza extrema. Plebe es que en la plaza donde se declaró la independencia de la ciudad (plaza de la Aduana) todavía se mantenga una estatua de Cristóbal Colón con una india arrodillada a sus pies. Plebe es que la construcción de Transcaribe lleve más de nueve años sin concluirla debido a la negligencia de los gobiernos distritales y la corrupción de algunos empresarios y funcionarios públicos.

Plebes son los debates moralistas y oportunistas sobre descamisados y bailes “vulgares” con los que nuestros concejales legitiman la visión clasista de una élite que nunca ha tenido en cuenta la producción cultural de los sectores populares. Plebe es la incoherencia de un Concejo que hoy busca prohibir los bailes eróticos pero que el pasado abril buscaba institucionalizar el festival internacional de la champeta.

Cartagena tiene cosas tan plebes como sus políticas para recuperar el espacio público que solo son aplicadas a los vendedores informales y no a los hoteles y restaurantes de “lujo”. Vainas tan plebes como que en pleno siglo XXI, siendo ésta una capital de negros, también sea considerada una de las ciudades más racistas y excluyentes de Colombia.
Pero quizás lo más plebe sea que estos políticos, después de arruinar el progreso de la ciudad, quieran ser reelegidos. Vaya chiste.