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miércoles, 28 de octubre de 2015

Un concejo útil

¿Quién nos entiende a los cartageneros? En cuestiones electorales somos los seres más jodidos del mundo. Pasamos los cuatro años de un gobierno criticando a nuestros servidores públicos y luego el día de las elecciones terminamos reeligiéndolos. Con votaciones estratosféricas y gritos de júbilo los lanzamos de nuevo al ámbito del poder. Y nos reímos con ellos y aplaudimos sus victorias, pero al poco tiempo estamos quejándonos, como si no hubiéramos sido nosotros los encargados de habernos puesto la soga al cuello.
La verdad es que somos unos hipócritas. Nos jactamos de querer optimizar la calidad de vida de la ciudad mientras seguimos votando por los candidatos de las maquinarias políticas de siempre. Nos llenamos la boca con consignas de progreso y libertad al tiempo que ejercitamos una filosofía electoral mediocre y contradictoria. He ahí la razón de que constantemente insistamos en cambiar la realidad social que habitamos mientras somos incapaces de cambiar la base política de nuestras corporaciones públicas.
El ejemplo perfecto para esto es el Concejo Distrital de Cartagena. Es vergonzoso saber que somos testigos y cómplices de que este organismo no experimente una verdadera renovación política. De los 19 concejales electos para el período 2016-2019, nueve repiten su curul. Entre los diez restantes, hay varios que, pese a que llegan por primera vez al cargo, conservan el poder político dentro de la familia: es el caso de la candidata electa del partido verde Angélica Hodeg (hija del exconcejal Lorenzo Hodeg) y del candidato electo del Partido Liberal Javier Curi (hijo del exalcalde Nicolás Curi).
¿Podríamos hablar de una Cartagena nueva y transformada cuando el Concejo es viejo e inmutable? Lo siento, pero no. Con los concejales perpetuos que hay ahora, la ciudad jamás será partícipe de una revolución cultural y urbana.
Hay una frase atribuida a Albert Einstein que explica muy bien esta situación: “si quieres algo distinto, no hagas siempre lo mismo”. Y en eso ha consistido nuestro mayor error: pedir una ciudad mejor mientras votamos por los mismos.
Frente a todo este problema, no nos queda en este momento otra opción que exigir que los concejales nuevos que lleguen hagan un buen trabajo, y que los que fueron reelegidos procuren salir de su letargo de proyectos intrascendentes y debates banales que, más que una pérdida de tiempo, implican una pérdida de dinero directamente sacado del bolsillo del contribuyente.
Cartagena merece más que la derrota de Quinto. Cartagena necesita un Concejo útil, laborioso y que no parezca sacado de un parque jurásico.

http://m.eluniversal.com.co/opinion/columna/un-concejo-util-9506

miércoles, 14 de octubre de 2015

Cartagena no es Troya

Cuentan los antiguos textos griegos que, una noche cualquiera, Troya ardió en llamas y se derrumbó tras la emboscada de un ejército de aqueos escondidos en un caballo de madera. Troya, la inconquistable ciudad amurallada, sufrió la desgracia y la miseria por ceder ante el engaño más célebre de la Historia Universal.
Desde entonces, todo aquello que se introduce en una sociedad con fines nocivos pero con apariencia de beneficio es nombrado como caballo de Troya (o troyano). Una metáfora que va desde las mentiras más infames hasta los virus de computadoras.
Hoy en día Cartagena está al borde de vivir el mismo destino de Troya. Sé que suena apocalíptico, pero el próximo 25 de octubre, si los ciudadanos no tomamos las riendas de nuestro propio futuro seremos víctimas del timo más reiterativo en el sistema electoral colombiano: comprar el voto.
Es muy jodido ver cómo en las épocas de elecciones siempre hay gente dispuesta a comprar a otra que está dispuesta a venderse. Y no en las mismas proporciones éticas, pues si bien vender el voto implica un acto de deshumanización y de prostitución, hay formas más denigrantes que otras. No es lo mismo que un pobre venda el voto por cubrir temporalmente las necesidades básicas que el Estado no fue capaz de cubrir, a que una persona de clase media o alta venda el voto a cambio de un cargo en el sector público. La primera modalidad supone un acto desesperado ante la irresponsabilidad del Gobierno, mientras que la segunda es movida por la ambición y el ideal enfermo de que el político puede darle un trabajo a quien desee.
Olvidamos que nosotros somos los que les damos trabajo a los políticos. Olvidamos que la soberanía de todo el sector público reside en el pueblo. Y nadie más que nosotros tiene el poder de elegir y censurar a nuestros representantes.
Por eso sépanlo bien: quien venda su voto sabrá que le están metiendo un caballo troyano en el pecho, porque no hay nada más equivocado que creer que el dinero o la promesa de un empleo valen más que la consciencia. Si así fuera, los políticos no compraran el voto con plata ni promesas, ya que en este mundo capitalista nadie invierte en algo que no le generará ganancias.
No quiero que mi ciudad sea el blanco de una estafa irreparable y que la gente vote por quien supuestamente le tiene asegurado su bienestar individual. Los cartageneros estamos para cosas más grandes que nuestra zona de confort.
Es nuestro deber construir a Cartagena como una ciudad que sobrevivió al lagarto de madera de los políticos tramposos.