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miércoles, 14 de octubre de 2015

Cartagena no es Troya

Cuentan los antiguos textos griegos que, una noche cualquiera, Troya ardió en llamas y se derrumbó tras la emboscada de un ejército de aqueos escondidos en un caballo de madera. Troya, la inconquistable ciudad amurallada, sufrió la desgracia y la miseria por ceder ante el engaño más célebre de la Historia Universal.
Desde entonces, todo aquello que se introduce en una sociedad con fines nocivos pero con apariencia de beneficio es nombrado como caballo de Troya (o troyano). Una metáfora que va desde las mentiras más infames hasta los virus de computadoras.
Hoy en día Cartagena está al borde de vivir el mismo destino de Troya. Sé que suena apocalíptico, pero el próximo 25 de octubre, si los ciudadanos no tomamos las riendas de nuestro propio futuro seremos víctimas del timo más reiterativo en el sistema electoral colombiano: comprar el voto.
Es muy jodido ver cómo en las épocas de elecciones siempre hay gente dispuesta a comprar a otra que está dispuesta a venderse. Y no en las mismas proporciones éticas, pues si bien vender el voto implica un acto de deshumanización y de prostitución, hay formas más denigrantes que otras. No es lo mismo que un pobre venda el voto por cubrir temporalmente las necesidades básicas que el Estado no fue capaz de cubrir, a que una persona de clase media o alta venda el voto a cambio de un cargo en el sector público. La primera modalidad supone un acto desesperado ante la irresponsabilidad del Gobierno, mientras que la segunda es movida por la ambición y el ideal enfermo de que el político puede darle un trabajo a quien desee.
Olvidamos que nosotros somos los que les damos trabajo a los políticos. Olvidamos que la soberanía de todo el sector público reside en el pueblo. Y nadie más que nosotros tiene el poder de elegir y censurar a nuestros representantes.
Por eso sépanlo bien: quien venda su voto sabrá que le están metiendo un caballo troyano en el pecho, porque no hay nada más equivocado que creer que el dinero o la promesa de un empleo valen más que la consciencia. Si así fuera, los políticos no compraran el voto con plata ni promesas, ya que en este mundo capitalista nadie invierte en algo que no le generará ganancias.
No quiero que mi ciudad sea el blanco de una estafa irreparable y que la gente vote por quien supuestamente le tiene asegurado su bienestar individual. Los cartageneros estamos para cosas más grandes que nuestra zona de confort.
Es nuestro deber construir a Cartagena como una ciudad que sobrevivió al lagarto de madera de los políticos tramposos.

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