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sábado, 26 de noviembre de 2016

Canapote: un desfalco

El próximo sábado, 26 de noviembre de 2016, el barrio Canapote conmemorará doce meses de inactividad en la construcción de su propio hospital. Me dicen los médicos que algún colega suyo traerá los globos, otro la torta y alguien más soplará la diminuta llama de una vela casera y pedirá, como deseo, algo que debería haber sido un derecho: la pronta terminación del Centro de Atención Permanente que les habían prometido.
Hace exactamente un año que no se ve un solo obrero en el país de escombros en el que se ha convertido el hospital. Para el 31 de diciembre de 2011, durante el gobierno de Judith Pinedo y tras una millonaria inversión, el CAP de Canapote tenía dos quirófanos, una sala de partos y treinta y dos habitaciones para hospitalización. Salvo la sala de partos, sólo faltaba que el DADIS emitiera una certificación para que estos nuevos espacios fueran habilitados. Pero cuando Dionisio Vélez ganó las elecciones atípicas para la alcaldía en el año 2013, la primera decisión que tomó fue detener dicha habilitación, con la promesa de que construiría un hospital de cuatro pisos. Así fue como en febrero de 2015 se demolieron la sala de partos, los dos quirófanos y las treinta y dos habitaciones del segundo piso: sin que nadie los hubiera usado por primera vez.
Tomado de La Silla Vacía (fotografía: Tatiana Velásquez)


























A este derroche le siguió el famoso préstamo de 250 mil millones que hizo el exalcalde, de los cuales 100 mil millones se destinaron al sector de la salud. Pero parece ser que a Canapote esa plata nunca llegó.
La negligencia ha sido tanta que el año pasado el Ministerio de Salud le asignó una dotación especial al CAP de Canapote para construir un área de rehabilitación, siempre y cuando se cumplieran ciertos requisitos mínimos. La empresa constructora (Coinses S.A.), por decisión de Dionisio Vélez, rediseñó el tercer piso para cumplir con estos requisitos, pero como jamás se concluyó la obra, el Ministerio de Salud reasignó la dotación para otro hospital del país.
Frente a este desfalco y a esta impericia de proporciones desmesuradas, surgen varios interrogantes: ¿Qué se hizo el dinero con el que serían concluidas las obras? ¿Por qué si era tanta plata no alcanzó para terminar el hospital de Canapote? ¿Cómo van los procesos disciplinarios y penales que la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía han iniciado en contra de Dionisio Vélez y la empresa Coinses? ¿Por qué 18 de los 19 concejales facultaron a un alcalde atípico para realizar el préstamo más grande en la historia de la ciudad?
El cuestionario es extenso y está lleno de mordidas.

viernes, 11 de noviembre de 2016

La vida fácil

Alguna vez, caminando por Getsemaní, vi a un carretillero en cuya carretilla remolcadora de chatarra estaba escrita la siguiente frase: “La vida es dura pero no dura”. Al leerla, supe que eran palabras que habían sido pensadas con la melancolía de los pobres: su esfuerzo diario y poco recompensado, el tardío pan ganado con el sudor de la frente. La vida en Cartagena sería difícil para hoy y para siempre y se acabaría en un momentico sin que nos diéramos cuenta; ése era el agrio mensaje cotidiano que empujaba aquel negro sin camisa que yo había visto en las calles de Getsemaní.
Pero no todo es arduo trabajo en el “Corralito de Piedra”, hoy convertido en el Circo del Caribe. Al laborioso carretillero habrá que decirle que en la capital de Bolívar hay tipos que se ganan la vida fácil, que no mueven ni un dedo, ni aguantan el sol caliente del mediodía. Me refiero, por supuesto, a los concejales del actualmente no tan honorable Concejo Distrital de Cartagena de Indias.
Resulta que cada concejal se gana unos 438.000 pesos por sesión. Si tomamos el pasado mes de octubre y revisamos en las bitácoras del Concejo el tiempo que duró cada sesión, descubriremos que hay sesiones que ni siquiera superan los 30 minutos, como por ejemplo, la sesión del miércoles 5 de octubre, que se inició a las 9:42 am y finalizó a las 10:07 am (¡25 minutos!). Ese día nuestros concejales solicitaron un informe a la Oficina de Atención y Prevención de desastres sobre los efectos del huracán Matthew. De haber hablado los 19 servidores públicos, habrían salido, cada uno, a 1 minuto y 18 segundos. Por ese ‘pesadísimo’ trabajo se embolsillaron casi medio millón de pesos, salido directamente de nuestros impuestos.
El promedio que surge de la sumatoria de todas las sesiones del mes anterior (30 en 31 días) es de 1 hora con 17 minutos, lo cual quiere decir que en octubre cada concejal ganó aproximadamente 13,140.000 pesos, únicamente por hablar cuatro minutos por sesión. Al ver estas vergonzosas estadísticas, me pregunto: ¿es este el tiempo que se merece Cartagena? ¿Alcanzan estos cuatro miserables minutos para que cada concejal exprese una opinión sólida y significativa?
Claro que no. Esa es la razón por la cual la mayoría de nuestros concejales son obsoletos y no se les siente en el desarrollo de la ciudad: porque cuatro minutos no son suficientes para plantear soluciones, pero sí bastan para que alguno de ellos enuncie una tontería.
¡Ah, la vida fácil!