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viernes, 20 de enero de 2017

Enseñar la diversidad

Comienza el 2017 y pareciera que la salida de Gina Parody del Ministerio de Educación y la ‘victoria’ del No en el plebiscito hubieran sepultado una educación sexual libre de discriminación en los planteles educativos de Colombia. Después de la polémica de las “cartillas sexuales” (que algunos grupos religiosos y miembros del Centro Democrático instigaron con mentiras y desinformación) el Gobierno Nacional poco o nada ha tocado el asunto.
Quizás a Juan Manuel Santos y a su ministra de educación, Yaneth Giha, les parezca impopular una “Pedagogía de la Diversidad” que enseñe a los niños a conocer la multiplicidad de la condición humana, pero los gobiernos no están constituidos para enaltecer los prejuicios de las masas, sino para hacer respetar los derechos de todos los ciudadanos, y eso incluye los derechos de las minorías.
Dejando de lado la falsa creencia de una “ideología de género homosexualizadora”, la idea de unas cartillas que eduquen a la comunidad educativa en torno a la diversidad sexual sigue siendo bastante oportuna. Hoy, más que nunca, se necesita una educación interesada en proponer la heterogeneidad como punto de partida de cualquier proceso de aprendizaje. Con esto no sólo me refiero a la diversidad sexual, sino también a la diversidad étnica, religiosa, política y lingüística que nutren la cultura colombiana.   
Desconocer nuestra diversidad nos arrastra hasta la discriminación. La ignorancia frente a costumbres y sistemas de pensamiento en los que nuestra lógica no encaja, ha sido el caldo de cultivo de la xenofobia, la homofobia y el racismo.
Vivimos en una época plural y pretendemos ignorarlo. En este siglo globalizado las fronteras culturales entre las distintas regiones del mundo se han desvanecido con una rapidez insólita, resultando sociedades más heterogéneas, poseedoras de una riqueza antropológica que difícilmente hubiésemos imaginado en el pasado. En este siglo se han intensificado las luchas por los derechos civiles, lo que ha motivado que sean cada vez más numerosos los colectivos de mujeres, homosexuales, inmigrantes, indígenas y afrodescendientes que exigen menos discriminación y más respeto a su identidad.
Que en Colombia asumamos que esta realidad tan prolija no existe –o que carece de importancia– es una suprema irresponsabilidad. Si queremos un posconflicto verdadero, primero debemos revolucionar nuestro sistema de educación enseñando a los niños y profesores a reconocer la diversidad como un elemento afortunado, esencial para construir un país en paz.

jueves, 5 de enero de 2017

Entrevista sobre la polémica de la ocupación de la Plaza de los Estudiantes (RCN radio)

Comparto un fragmento de una entrevista del 28 de diciembre de 2016 que me hizo RCN radio a propósito de la ocupación de la Plaza de los Estudiantes por parte del restaurante ALMA, y la retoma que se planeó, desde los cartageneros, para el viernes 30 de diciembre. Todos tenemos el derecho a reclamar nuestros espacios de resistencia. A la Administración Distrital habría que decirle todos los días: ¡Devuélvannos las plazas!




La lucha por las plazas


La ajena. La colonial. La racista. La corrupta. La saqueada. La excluyente. La de los políticos faranduleros y melodramáticos. La hipócrita. La incoherente. La de la rancia aristocracia que aún se desvive por el recuerdo carcomido de sus virreyes. La ciudad postal. La ciudad vitrina. La capital del exilio. La isla encallada. La urbe de nadie. La lastimera patria estancada de los desposeídos…
Todo eso es hoy Cartagena. Su suelo ya no es aquel rincón de los abuelos. Sus plazas no son más el traspatio colectivo de los barrios. Si en el pasado algo podía llamarse nuestro, eso ha desaparecido con el tiempo. Nos lo han quitado, nos lo robaron con sinvergüenzura, cinismo e irrespeto. Nos metieron el dedo en la boca y nos hicieron tragar con amargura una buena dosis de destierro.
Desde hace muchísimos años las entidades privadas –con la complacencia del alcalde y los concejales– se han ido apoderando del espacio público de los cartageneros. No hay plaza del Centro Histórico que no esté ocupada por restaurantes y hoteles, al tiempo que cada vez son más frecuentes los desalojos (muchas veces violentos) que la fuerza pública ejerce contra los vendedores informales. 
Es por eso que Cartagena necesita urgente de un movimiento popular que se dedique a recuperar sus plazas y sus calles. Un movimiento pacífico constante y sin miedo que no se quede en la efervescencia de una sola protesta.
La lucha por el territorio es la madre de todas las luchas. Por el territorio han luchado los campesinos, los indígenas, el ejército y las guerrillas. Esto es así porque el ser humano es una especie umbilical que tiende a desarrollar un vínculo con el espacio donde nace y en donde camina a lo largo de su vida. Quiere decir que debajo de nuestros pies vamos sembrando nostalgias y necesidades materiales o emotivas, hasta que la tierra que hemos pisado se corresponde con nuestra existencia.
Yo pertenezco a Cartagena y, por esa misma razón, Cartagena me pertenece. Estoy seguro que muchos también lo sienten así. De modo que ante la farsa en la que se ha convertido la Gerencia del Espacio Público, seremos los ciudadanos quienes lucharemos por un verdadero espacio público en el que se reivindique la importancia de nuestra cultura barrial. Todos tenemos derecho a poseer lugares de encuentro dignos donde no se nos obligue a consumir, donde lo único que importe sean los amigos, la conversación y los recuerdos. Hay que acabar con la idea de una Cartagena vacía, disponible sólo para turistas y adinerados. Las calles y las plazas no se arriendan ni se venden: se defienden.