Comienza el 2017 y pareciera que la salida de Gina Parody del Ministerio de Educación y la ‘victoria’ del No en el plebiscito hubieran sepultado una educación sexual libre de discriminación en los planteles educativos de Colombia. Después de la polémica de las “cartillas sexuales” (que algunos grupos religiosos y miembros del Centro Democrático instigaron con mentiras y desinformación) el Gobierno Nacional poco o nada ha tocado el asunto.
Quizás a Juan Manuel Santos y a su ministra de educación, Yaneth Giha, les parezca impopular una “Pedagogía de la Diversidad” que enseñe a los niños a conocer la multiplicidad de la condición humana, pero los gobiernos no están constituidos para enaltecer los prejuicios de las masas, sino para hacer respetar los derechos de todos los ciudadanos, y eso incluye los derechos de las minorías.
Dejando de lado la falsa creencia de una “ideología de género homosexualizadora”, la idea de unas cartillas que eduquen a la comunidad educativa en torno a la diversidad sexual sigue siendo bastante oportuna. Hoy, más que nunca, se necesita una educación interesada en proponer la heterogeneidad como punto de partida de cualquier proceso de aprendizaje. Con esto no sólo me refiero a la diversidad sexual, sino también a la diversidad étnica, religiosa, política y lingüística que nutren la cultura colombiana.
Desconocer nuestra diversidad nos arrastra hasta la discriminación. La ignorancia frente a costumbres y sistemas de pensamiento en los que nuestra lógica no encaja, ha sido el caldo de cultivo de la xenofobia, la homofobia y el racismo.
Vivimos en una época plural y pretendemos ignorarlo. En este siglo globalizado las fronteras culturales entre las distintas regiones del mundo se han desvanecido con una rapidez insólita, resultando sociedades más heterogéneas, poseedoras de una riqueza antropológica que difícilmente hubiésemos imaginado en el pasado. En este siglo se han intensificado las luchas por los derechos civiles, lo que ha motivado que sean cada vez más numerosos los colectivos de mujeres, homosexuales, inmigrantes, indígenas y afrodescendientes que exigen menos discriminación y más respeto a su identidad.
Que en Colombia asumamos que esta realidad tan prolija no existe –o que carece de importancia– es una suprema irresponsabilidad. Si queremos un posconflicto verdadero, primero debemos revolucionar nuestro sistema de educación enseñando a los niños y profesores a reconocer la diversidad como un elemento afortunado, esencial para construir un país en paz.