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jueves, 5 de enero de 2017

La lucha por las plazas


La ajena. La colonial. La racista. La corrupta. La saqueada. La excluyente. La de los políticos faranduleros y melodramáticos. La hipócrita. La incoherente. La de la rancia aristocracia que aún se desvive por el recuerdo carcomido de sus virreyes. La ciudad postal. La ciudad vitrina. La capital del exilio. La isla encallada. La urbe de nadie. La lastimera patria estancada de los desposeídos…
Todo eso es hoy Cartagena. Su suelo ya no es aquel rincón de los abuelos. Sus plazas no son más el traspatio colectivo de los barrios. Si en el pasado algo podía llamarse nuestro, eso ha desaparecido con el tiempo. Nos lo han quitado, nos lo robaron con sinvergüenzura, cinismo e irrespeto. Nos metieron el dedo en la boca y nos hicieron tragar con amargura una buena dosis de destierro.
Desde hace muchísimos años las entidades privadas –con la complacencia del alcalde y los concejales– se han ido apoderando del espacio público de los cartageneros. No hay plaza del Centro Histórico que no esté ocupada por restaurantes y hoteles, al tiempo que cada vez son más frecuentes los desalojos (muchas veces violentos) que la fuerza pública ejerce contra los vendedores informales. 
Es por eso que Cartagena necesita urgente de un movimiento popular que se dedique a recuperar sus plazas y sus calles. Un movimiento pacífico constante y sin miedo que no se quede en la efervescencia de una sola protesta.
La lucha por el territorio es la madre de todas las luchas. Por el territorio han luchado los campesinos, los indígenas, el ejército y las guerrillas. Esto es así porque el ser humano es una especie umbilical que tiende a desarrollar un vínculo con el espacio donde nace y en donde camina a lo largo de su vida. Quiere decir que debajo de nuestros pies vamos sembrando nostalgias y necesidades materiales o emotivas, hasta que la tierra que hemos pisado se corresponde con nuestra existencia.
Yo pertenezco a Cartagena y, por esa misma razón, Cartagena me pertenece. Estoy seguro que muchos también lo sienten así. De modo que ante la farsa en la que se ha convertido la Gerencia del Espacio Público, seremos los ciudadanos quienes lucharemos por un verdadero espacio público en el que se reivindique la importancia de nuestra cultura barrial. Todos tenemos derecho a poseer lugares de encuentro dignos donde no se nos obligue a consumir, donde lo único que importe sean los amigos, la conversación y los recuerdos. Hay que acabar con la idea de una Cartagena vacía, disponible sólo para turistas y adinerados. Las calles y las plazas no se arriendan ni se venden: se defienden.

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