Uno de los males más profundos de la Colombia del siglo XX y comienzos del siglo XXI es la incoherencia. No hemos resuelto ese desbarajuste mediante el cual creemos en un discurso que no empleamos, hacemos promesas que no cumplimos o ejercemos ideologías contrarias con las que nos identificamos.
Un ejemplo bastante reciente de esta malsana contradicción es Viviane Morales y su referendo discriminatorio que busca impedir que los homosexuales y personas solteras puedan adoptar. Nadie como Morales para representar la incoherencia colombiana: una senadora del Partido Liberal (supuestamente el partido que vela por la secularidad del Estado) que propone una reforma constitucional, abiertamente homofóbica, basada en su credo cristiano (el credo que pregona el amor al prójimo).
¿Por qué ocurre todo esto? Pues porque somos una sociedad que acostumbraron a la hipocresía, a la máscara, a vivir de la desagradable doble moral. En el fondo, no es Viviane Morales la que preocupa, sino la comunidad que la respalda y que constituye una notable mayoría. Lo cual implica una incoherencia aún mayor: la de un país que busca desesperadamente la paz mientras persigue y segrega a las minorías.
De modo que no nos engañemos más: no hay acuerdo de paz, ni premio Nobel, ni posconflicto que valgan si todavía en Colombia se discrimina a la población LGBTI. La paz siempre será un proyecto inconcluso si seguimos tratando a los homosexuales como si fueran enfermos o bichos raros a los que les gritamos marica, arepera y loca al pasarles por el lado.
Si somos el país que en la esfera internacional se jacta de su diversidad medioambiental (los cinco pisos térmicos, la infinita variedad de flores, aves y anfibios) y su multietnicidad, ¿por qué no enorgullecernos de nuestra diversidad sexual? ¿O es que en el orgullo a la diversidad también se vale ser incoherente?
El futuro sólo va a estar al alcance de nuestras manos cuando libremos una verdadera lucha contra la incoherencia. Si en Colombia la gente no ahorcara con sus camándulas al tiempo que reza por sus víctimas, si no fuéramos tan hipócritas, tan demócratas y a la vez tan autoritarios… si de verdad supiéramos lo que es el amor al prójimo y a una Constitución política pluralista e incluyente, si tan solo el prejuicio no nos nublara el buen juicio, esta nación ya sería, desde hace rato, una república tranquila donde la familia fuera un concepto al que todos pudiésemos aspirar sin importar nuestra orientación sexual o nuestro estado civil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario