Siempre traté de no hablar en mis escritos del pastor Miguel Arrázola, fundador de la Iglesia Cristiana Ríos de Vida, pues pensaba que mencionar su nombre era una forma de hacerle publicidad a su oratoria homofóbica, reaccionaria, racista y, en el fondo, anticristiana. “Que hablen bien o mal, pero que hablen”, parecía ser el propósito promocional de este líder religioso, y durante mucho tiempo evité caer en ese desvergonzado proyecto propagandístico. Esta vez, sin embargo, es necesaria una excepción.
La noche del 10 de marzo, en su prédica llamada ‘Viernes de milagros’, Arrázola pronunció un discurso en el que arremetió contra el periodista Lucio Torres (quien en el pasado ha visibilizado los descabellados ingresos económicos del pastor), intimidándolo con la hipótesis de su asesinato: “Yo tengo unos manes tablúos aquí con los que te puedo hacer la vuelta, dale gracias a Dios que soy nacido nuevo y tengo el Espíritu Santo y a Jesucristo en mi corazón porque hace rato estuvieras en la Ciénaga de la Virgen metido en el fondo”.
En ese mismo discurso, luego de un par de referencias en contra de los musulmanes y los judíos, Arrázola comentó: “Este es el año de la venganza de nuestro Dios, todos los que se burlaron de nosotros en el 2016, prepárense, porque Dios se va a vengar”.
El aforo de su iglesia estaba casi a reventar. Cada frase del pastor iba precedida de risas, aplausos y jubilosos Amén. Desde un púlpito con escaso público esto no hubiera sido tan preocupante, pero con miles de seguidores la cosa es distinta: el pastor se ha convertido en un líder político capaz de incitar el odio en las masas, algo que debería ser considerado por el Estado como un problema de orden público.
Da miedo ver cómo algunas personas deforman el mensaje cristiano. ¿Qué tiene que ver el ‘Sermón de la Montaña’ o las parábolas del sembrador y de los talentos con el lenguaje amenazante de Arrázola? La distancia entre la vocación poética de Jesús y el discurso chambón del líder de Ríos de Vida es inconmensurable. Mientras que Cristo se vale de un granito de mostaza para reflexionar en torno al poder de la fe, Arrázola apenas si menciona la Ciénaga de la Virgen para decir que, si no fuera cristiano, ahí terminarían sus muertos: como si el Nuevo Testamento no fuera una bendición sino un impedimento.
A todos los que no creemos en la estafa metafísica de este pastorcito mentiroso, nos queda un consuelo: dar gracias a Dios que Arrázola aún se limita a usufructuar maliciosamente el evangelio, porque si no, estuviéramos ante un tipo capaz de actos más perversos.
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