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lunes, 21 de julio de 2014

El día que lleguen los cables

Cuando terminó la Cumbre de las Américas el alcalde de Cartagena aprobó un proyecto para ampliar el suministro eléctrico de la ciudad del que se encargaría la empresa ISA, una multinacional colombiana experimentada en el transporte de la energía que ha colaborado en países como Brasil y Argentina.
Pero lo que una vez inició con el propósito de establecer una red de cableado subterráneo por la Vía Perimetral terminó en la miserable propuesta de alzar 18 torres metálicas a pocos metros de la gente, y así, sin que nadie hiciera mucho, construyeron unos armatostes de 24 metros de altura que hoy, cuando uno cruza la carretera, dan la sensación de estar marchando en un campo de guerra rodeado de atalayas militares.     

Yo me pregunto en qué momento se izarán las cometas el día que lleguen los cables. En qué intervalo de tiempo se van a elevar los barriletes en el cielo despoblado de la ciénaga con sus hexágonos de papel y sus bastidores cruzados de cañabrava. No sé cómo harán aquellas personas para mantenerse intactas ante el lenguaje violento de la vida que les ha tocado cargar sobre la espalda como un bulto de piedras y gallinazos, si el paisaje era lo último que les quedaba, si el cielo vacío era el único sitio donde podían clavar la terrible duda de si comerán mañana. Pero eso a nadie de este gobierno le importa, no conocen de estética ni de todo el proceso que se había venido haciendo para mantener libre esos espacios.

Yo no estoy en contra de que en Cartagena se ejecute un proyecto energético que nos evite vivir el tormento de las noches sin luz con las habitaciones asediadas de mosquitos, pero es inaceptable que instalen un cableado aéreo cuando hubieran podido hacerlo por vía subterráneacomo en los demás países, los desarrollados urbanísticamente, sobre todo porque ISA tiene las condiciones económicas para ello, y el hecho de “prometer” que aquel cambio lo van a realizar en el 2018 pronostica una gran mentira o una gran idiotez basada en el mismo círculo vicioso de hacer y deshacer que tanto les gusta a los malos ingenieros.

A esa gente sólo le dijeron que no se le iba a ir la luz. No le contaron ni los problemas médicos de estar expuestos a las ondas electromagnéticas ni el vacío existencial que sentirán sus hijos cuando el paisaje se llene de odiosos pentagramas.

Allí siguen en la Vía Perimetral, solos y melancólicos en su proyecto de vida, metidos en sus casas de madera con tristes cartelitos que dicen Se venden bolis, viendo por la ventana las bolsas que arrastra el viento como medusas de tienda. Allí, mientras el jodido recuerdo de la guerra les llega al alféizar, dos perros callejeros copulan frente el almendro de la esquina, un niño en pelota mira un avión que aterriza, y más al fondo, sobre el polvo vespertino de las seis, vuelan las cometas, y los niños que quizás ni irán al colegio al siguiente día ignoran que es la última vez que izan su infancia en el cielo.

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