Tenemos que G se encuentra sentada sobre su mecedora. Sólo mira la televisión, con las piernas cruzadas una sobre otra, puestas a descansar en el suelo, el control remoto en la mano izquierda y un reality show en miniatura reflejado en los dos charcos de sus ojos.
¿Cuánto tiempo lleva viendo la misma porquería? Nadie lo sabe. El vidrio colorido del televisor parece una pecera donde alguien arrojó con rabia sus témperas.
G vino de la universidad o del trabajo, abrió la puerta de su casa y se encontró de nuevo sola. La soledad que ha sido la moda en las sociedades modernas. Nadie la vigila, nadie la sigue, no proyectan su vida en otras casas: G está consciente de su anonimato, en su sala, en el barrio, en la ciudad vacía que empieza a gestionar flores de hierro sobre la carne y en sus bolsillos tristes. Por eso enciende la pantalla y mira la vida inventada de los otros, corregida para que ninguno venda minutos o prepare arepas de huevo, la rutina sencilla de gente sin problemas.
En ese mismo instante, F, K, M, O, R, que también están solos, se hallan echados sobre sus mecedoras con las luces apagadas y el resplandor azul de la TV prendida propagándose por las paredes como si la sala hubiese sido sumergida en un vaso con agua: en su trono de idiotas ninguna letra piensa en lo que está sucediendo afuera.
Ricardo Chica escribió que mantener viva la memoria es casi imposible en un mundo donde el principal objetivo de los dueños del poder y de los medios es la amnesia colectiva. Y tiene razón. Los canales de hoy son distractores, no inducen a la reflexión sino que nos persuaden de que la realidad de “afuera” no existe. Y cuando algo así ocurre, es porque quienes quieren ocultarla son los responsables de ella.
Entonces llegamos del trabajo o de la universidad, prendemos el televisor, vemos Protagonistas de novela y nos olvidamos que hace dos días fue condenado a cárcel un subteniente del Ejército Nacional por violar a dos niñas y asesinar a tres menores de edad, mostrando la falta de integridad moral que se destila en nuestra fuerza pública, que cada día son agredidas o perseguidas las poblaciones LGTBI y que la mayoría de esos casos quedan impunes, que muchas de las 14.000 personas que el año pasado se quedaron sin casa en San Francisco todavía están errando en la ciudad esperando una respuesta del Estado, anclados en los andenes polvorientos como lanchas de ropa sucia.
En el país se está llevando a cabo un proceso de paz y nosotros gastando la córnea en el canal 31, donde los personajes no arrastran tras de sí el símbolo inconcluso de la mala vida.
Tocará coger el control remoto y presionar el botón rojo del apagado, mirar nuestro rostro reflejado en la pantalla, cerrar los ojos con tristeza, indignarse y salir a la calle a protestar con rabia, con recuerdos, en una marcha peligrosa y lenta sin una sola prenda encima, tocará andar completamente desnudos por la línea amarillenta del asfalto a ver si por lo menos le hacemos el amor a la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario