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martes, 22 de julio de 2014

La mancha nupcial

Digamos que por alguna razón el 90 % de la población se despertó siendo mormona y usted quedó en ese 10% que todavía puede comer carne de cerdo pero que cuando va a la tienda se lo niegan porque así lo piensa la mayoría, ¿le parecería una medida sensata? O peor aún, digamos que ya nadie cree en Dios y que a usted le exigen no leer la Biblia, ¿lo pensaría correcto?


Amartya Sen establece que el desarrollo de una nación se calcula desde el número de libertades que se le reconocen a los sujetos que la integran. Si aplicamos este postulado a la realidad colombiana llegaremos a la irremediable conclusión de nuestro subdesarrollo. ¿Qué tanto progreso intelectual puede haber en un país que censura en muchos casos la libertad de prensa o el libre desarrollo de la personalidad? ¿Qué evolución social se puede esperar de una república que no respeta el íntimo modo de vida de los que piensan diferente? Y allí, entre una respuesta y otra, se halla el pecado original de nuestra historia nacional; lo que implica cierta vergüenza, porque este tipo de subdesarrollo no nos hace pobres sino que nos presenta como una sociedad retrógrada y estúpida frente a la comunidad internacional.

Algunos creen ver en las mayorías un argumento de peso para prohibir el matrimonio igualitario. Para ello se escudan en la opinión y la religión dominante de la población. Pienso que estas personas no comprenden bien el juego de la democracia. Aquello de que las mayorías mandan sólo es funcional con decisiones que afectan a toda la población pero no sirve para casos en los que tú no estarás involucrado si no quieres.

De modo que si tú no deseas casarte con alguien de tu mismo sexo, simplemente no lo hagas, pero no estás autorizado para suprimir la libertad de otros que sí quieran hacerlo. Estamos en un Estado laico y la autonomía moral de cada persona tiene que ser respetada siempre y cuando no afecte a la de los demás. Nadie puede obligar a otro a creer en la Biblia así como las comunidades LGTBI no pueden obligar a los sacerdotes a que los casen por la Iglesia.

No estamos hablando de un ritual de anillos y de cúpulas antiguas donde Dios se aparece entre los rezos como una invención milenaria. Aquí se discute y se exige una facultad civil a la que todo ser humano tiene derecho.

A veces leo esas opiniones que quieren explicar el amor como un fenómeno entre sexos opuestos o que buscan darle un sentido biológico con eso del concepto de especie y las feromonas. Siempre me sorprendo porque quienes las dicen son los mismos que van a la iglesia todos los domingos y oran antes de cada comida: pasiones espirituales que nada tienen que ver con la ciencia.

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