Son
muchas las cosas que no calculamos. Desconocemos el número exacto de muertes
humanas en este miércoles, ignoramos la última frase de este artículo antes de
terminar de leerlo y, por supuesto, no sabemos si mañana estaremos vivos para
seguir reflexionando. Aquellos son incidentes que se perdonan por nuestra pobre
atención con el mundo, porque no somos dioses, sólo grises silabarios de carne.
Lo
imperdonable es que no se calculara la falta de gobierno de nuestra
administración distrital. Que a nadie se le hubiese ocurrido que la vida actual
en San Francisco fuera la misma que la de hace más de dos años, cuando una
falla geológica condenó a este barrio y lo redujo a un triste cementerio
doméstico.
Ahora,
en el transcurso de este día, me planteo el hecho de que esas familias
abandonadas están alzando sus cambuches sobre la hierba intacta de otras
épocas. Rebeldes, con el dolor en el rostro, han dejado de creer en el
Gobierno.
¿Por
qué vuelven los damnificados a San Francisco? Por sus casas, las casas que ya
no existen. Regresan porque un barrio imaginario los llama a ese infierno de
monte donde se repiten sus hogares de mentira, armados una y otra vez entre el
desorden de los chócoros y las bateas solitarias como en un santuario de
plástico. Estas personan han vuelto a la escena del sueño acribillado por la
infinita negligencia del Estado.
Hay
quienes desaprueban que otra vez invadan estos terrenos porque se estaría
retrocediendo en la restauración de una catástrofe tanto natural como
gubernamental. Pero hablar así nomás sería no comprender la necesidad de los
seres humanos por La Casa. Etimológicamente las palabras economía y ecología
sugieren el término de casa, lo que implica que, en un principio, cualquier
proceso de la administración de los recursos o del cuidado por el medio
ambiente surge de la simple idea de un hogar. Nadie ignora que aquel patrimonio
de puertas y ventanas lleva consigo la precaria carga de la infancia, de la
vida atravesada por nuestros recuerdos más felices. Crecemos buscando los
cuartos del pasado, queriendo transitar de nuevo el patio de los matarratones.
¿Con qué cínico argumento vamos a sacar a los damnificados de allí si un techo
nos cubre los astros en el cielo?
Todos
corremos espantados en la dirección de nuestras casas, así sea hacia un espacio
vacío tragado por la tierra.
Yo
no estoy de acuerdo con que haya personas que habiten en plena falla geológica:
se pone en peligro la vida. Pero esto que ocurre ahora es un acto de valentía
cercano en gran modo a un acto de inmolación. En San Francisco se cansaron de
esperar al presidente, al alcalde, a la oficina de Gestión del Riesgo, al
personero… se cansaron de gastar el cuero en un arriendo, de mirar el cielo
parcialmente nublado y preguntarse ¿a dónde carajos cojo si llueve?
No hay comentarios:
Publicar un comentario