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martes, 22 de julio de 2014

LAS CASAS Y LOS CÁLCULOS

Son muchas las cosas que no calculamos. Desconocemos el número exacto de muertes humanas en este miércoles, ignoramos la última frase de este artículo antes de terminar de leerlo y, por supuesto, no sabemos si mañana estaremos vivos para seguir reflexionando. Aquellos son incidentes que se perdonan por nuestra pobre atención con el mundo, porque no somos dioses, sólo grises silabarios de carne.

Lo imperdonable es que no se calculara la falta de gobierno de nuestra administración distrital. Que a nadie se le hubiese ocurrido que la vida actual en San Francisco fuera la misma que la de hace más de dos años, cuando una falla geológica condenó a este barrio y lo redujo a un triste cementerio doméstico.

Ahora, en el transcurso de este día, me planteo el hecho de que esas familias abandonadas están alzando sus cambuches sobre la hierba intacta de otras épocas. Rebeldes, con el dolor en el rostro, han dejado de creer en el Gobierno.

¿Por qué vuelven los damnificados a San Francisco? Por sus casas, las casas que ya no existen. Regresan porque un barrio imaginario los llama a ese infierno de monte donde se repiten sus hogares de mentira, armados una y otra vez entre el desorden de los chócoros y las bateas solitarias como en un santuario de plástico. Estas personan han vuelto a la escena del sueño acribillado por la infinita negligencia del Estado.

Hay quienes desaprueban que otra vez invadan estos terrenos porque se estaría retrocediendo en la restauración de una catástrofe tanto natural como gubernamental. Pero hablar así nomás sería no comprender la necesidad de los seres humanos por La Casa. Etimológicamente las palabras economía y ecología sugieren el término de casa, lo que implica que, en un principio, cualquier proceso de la administración de los recursos o del cuidado por el medio ambiente surge de la simple idea de un hogar. Nadie ignora que aquel patrimonio de puertas y ventanas lleva consigo la precaria carga de la infancia, de la vida atravesada por nuestros recuerdos más felices. Crecemos buscando los cuartos del pasado, queriendo transitar de nuevo el patio de los matarratones. ¿Con qué cínico argumento vamos a sacar a los damnificados de allí si un techo nos cubre los astros en el cielo?

Todos corremos espantados en la dirección de nuestras casas, así sea hacia un espacio vacío tragado por la tierra.


Yo no estoy de acuerdo con que haya personas que habiten en plena falla geológica: se pone en peligro la vida. Pero esto que ocurre ahora es un acto de valentía cercano en gran modo a un acto de inmolación. En San Francisco se cansaron de esperar al presidente, al alcalde, a la oficina de Gestión del Riesgo, al personero… se cansaron de gastar el cuero en un arriendo, de mirar el cielo parcialmente nublado y preguntarse ¿a dónde carajos cojo si llueve?

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