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martes, 22 de julio de 2014

Los días sin agua

Carmencita descorrió la cortina del baño y giró intranquila la perilla de la regadera donde hacía pocos minutos se había escuchado el mismo gozne vacío. Estuvo quieta unos segundos, calculó la demora, y luego, cuando la falsa lluvia no cayó en las baldosas, aceptó que el agua tampoco vendría esa madrugada. Así que volvió a bañarse con el balde y la totuma sopera que guardaban en la alacena y comenzó a ahorrar las descargas de agua fría para que el champú no se le secara dentro de las orejas. Había pasado cuatro días creyéndose el cuento de que iban a poner el agua antes de las doce, y se había aguantado las ganas de ir al baño, mojarse la cara, lavarse el cabello, sólo porque creía que al día siguiente iba a poder hacer todas esas cosas. Pero el agua no vino, y la casa parecía más seca que nunca.

En cada llave abierta se oían las gárgaras huecas del líquido que amagaba con salir y no salía, y las preguntas alrededor del barrio no dejaban de ser las mismas de ayer, no cambiaban los “¿Ya vino, comadre?”, ni los “Nada, doña, por ahí dijeron que la ponen el martes”, y cuando el sol evaporó la humedad yacente entre los laureles y los jazmines se vio de nuevo el trajín de los vecinos yendo de un lado a otro con poncheras y ollas para llenarlas con agua del hidrante que acababan de abrir en la esquina. Por eso los platos permanecían en la cocina sin lograr enjuagarse y el canasto de la ropa sucia seguía creciendo en las habitaciones como un obelisco de trapo: porque nada rendía.


Lo que se recogía sólo alcanzaba para no pasar por la incertidumbre de quedar enjabonado antes de ir al colegio, era mojarse lo importante y fuera, salir a la calle con la piel viscosa y el cuerpo fermentado por el sudor de las tardes anteriores. De manera que nadie estaba fresco mientras amanecía, todos despertaban angustiados por los trastos amontonados del almuerzo y la mugre del piso sin trapear, respirando el orín condensado en el retrete y sobrellevando la mala noticia de que hoy también les iba a hacer falta el agua.


Así que después de muchas horas de sequía y en medio de la ineptitud del Estado, después de resecarse bajo la lupa del mediodía y ausentarse en el trabajo, fue algo común ver a la gente rezando y orando a gritos, pidiéndole un aguacero a Dios con las bañeras en los patios.


*El pasado jueves 1 de agosto, por un daño en la tubería de conducción hacia el tanque Nariño, muchos barrios de la zona norte de Cartagena se quedaron sin servicio de acueducto. Algunos, como Daniel Lemaitre, duraron casi 6 días sin agua.


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