En Cartagena nos enfrentamos a unas serias problemáticas de exclusión y de preferencias estéticas donde lo “bonito” es lo extranjero y lo “feo” es lo que proviene de nuestras clases populares. Nos enfrentamos a los modelos de belleza traídos desde afuera y a la desaparición de la producción económica y cultural de la gente pobre por no concordar con esa estética.
Esta ha sido una ciudad donde los gobiernos se han enfocado en defender el espacio público cuando los que lo invaden son gente de escasos recursos, pero que se hacen los de la vista gorda cuando una plaza, una playa o un andén son tomados por grandes restaurantes y prestigiosas firmas hoteleras.
Por eso es que el pasado 14 de marzo la alcaldía mandó a desalojar a varias cocinas de carbón en Playa Hollywood mientras que el establecimiento llamado Chiringuito Beach permaneció intacto en las playas de Marbella, creciendo y multiplicándose sin una autoridad que se pronuncie.
No nos engañemos: a nuestros alcaldes les enseñaron a gobernar fijándose en las postales. Esas donde sólo están los balcones coloniales cubiertos de trinitarias florecidas, donde hay calles vacías y galerías bohemias en cuyos interiores se venden al por mayor lienzos sobre murallas limpias y catedrales antiguas. El vendedor informal no tiene cabida en este proyecto de ciudad, como tampoco la tuvieron las remontadoras de calzado y los relojeros que hace algunos años echaron de la Plazoleta de Telecom.
Contamos con un gobierno distrital demasiado cobarde para atreverse a inventar políticas de desarrollo que involucren al mercado informal. No ha habido alguien con la imaginación suficiente para idearse un método de convertir en patrimonio histórico las chazas de madera y las mesas fruteras de la gente que viene a rebuscarse algo para su familia. Les recuerdo que el Portal de los Dulces es una invasión al espacio público transformada en atracción turística.
Mientras sigamos siendo esclavos del prejuicio que nos dice que las casetas y los mercados populares afean a la ciudad, la idea de progreso nos será completamente inalcanzable. Ninguna población logra el desarrollo sin identidad, sin imaginación. Nuestra ciudad no puede presumir de dignidad si son borrados del mapa la vendedora de pescados, el tuchinero del café o los repartidores del calendario Bristol. Menos aún si sus dirigentes son aquellos que, en vez de preservar la encantadora dinámica de lo autóctono y lo popular, se dedican a remedar la urbanística discriminatoria de ciudades lejanas.
Es triste todo en lo que se ha ido convirtiendo Cartagena: a veces piso una de sus calles y no me siento en ella.
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