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martes, 22 de julio de 2014

Días de cine

No faltan las tardes en que pienso que todo lo que nos ocurre hace parte de una gran película. Los noticieros, las calles sin pavimento, las remontadoras de calzado, el tipo que arroja periódicos a los balcones en las madrugadas, la mujer que se pierde entre las sombras de un parque, todos pertenecen a un largometraje cuyo tema principal es la corrupción y la pobreza. Alguien más allá de estas paredes escribió un guión perfecto sobre un país sin orgullo. Un país que vota por los mismos, que olvida rápido, que se mantiene pobre, que parece sacado de una sala de cine.
Algunos no notan que cuando venden el voto o se callan los escándalos están interpretando a la perfección el papel que les toca en este filme. Algunos no advierten que siempre serán personajes, actuando y simulando sin saberlo, ignorando que para pasar el casting de la historia sólo se debe haber nacido.
Hay días de cine en que me siento parte de un programa de televisión más extenso y misterioso donde todos estamos dispuestos a seguir el aciago libreto de esta vida, manteniendo la ilusión de que en algún instante todas estas problemáticas terminen, que una vez finalizada nuestra propia telenovela nos vamos a salir por detrás del estudio de grabación y vamos a quedarnos comiendo bocadillos con todos los actores y las personas de la logística, hablando de lo bien que actuamos, de cómo nos metimos en el personaje al punto de que pareciera verdad lo que sufríamos, convencidos de que todo el maldito flujo de esta historia no es sino un maravilloso montaje como el que muestran en los detrás de cámaras de nuestros canales nacionales.
Pero nunca hemos encontrado las cámaras dispersas en el escenario, no hay micrófonos por debajo de nuestros mentones ni camerinos a la vuelta del barrio, ningún director grita “corten” cuando van acercándose los sicarios y los únicos créditos que leemos al concluirse cada ensayo son los nombres escritos en las lápidas, los nombres de los desaparecidos que pronunciamos al acostarnos como si fueran plegarias o epitafios.

Hay películas que se lanzan en países y países que se lanzan en películas. ¿Cuántos siglos durará la nuestra? ¿Cuánto tiempo estarán la violencia, la corrupción y la miseria en cartelera?
No faltan las tardes donde pienso que las ciudades crecen con la banda sonora del desastre. Esas tardes de cine donde el ojo de Dios se vuelve un lente oculto que graba las derrotas y los sueños de la gente. Escena tras escena la trama se repite, y las mismas personas redactan su propio libreto de adioses y de olvidos.

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