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martes, 22 de julio de 2014

Matrículas abiertas para no estudiar

La sensación de que ese día no van a entrar se hace más fuerte con el silencio de los profesores.
Las madres se ponen frente al portón de metal con sus niños agarrados de la mano. Están esperando que alguien les diga, que alguien se aparezca en la entrada principal y avise que ya se inician las clases. Pero no. Sólo la brisa fría de enero surge desde el fondo y cruza la vieja cancha de microfútbol como un conjunto de glaciares invisibles. Y ellas exigen que al menos salga el rector y se excuse, una mentira nomás, una noticia distinta a la triste fotocopia pegada en la puerta que repite MATRÍCULAS ABIERTAS con perversa ironía.

“Mierda”, piensa un vigilante mientras observa a la gente en el patio, “¿cómo fue que se jodieron los colegios públicos?” Y un rumor en las pinturas peladas, en los pasillos en ruinas, en las sillas partidas, va respondiéndole poco a poco su pregunta.

Hoy en día la deserción estudiantil se genera porque a los niños y las niñas ya no les interesa estudiar. Y tienen el apoyo de sus padres cuando observan que los planteles educativos que otorga el país son lugares demacrados y olvidados por un Estado que se concentra más en la guerra. Cada año hay más cupos disponibles y más escuelas públicas sin una infraestructura adecuada: tremenda paradoja la proyectan nuestros gobiernos sin plantear ninguna solución.

Creo que esto se da porque consideran a la educación como un elemento menor en las problemáticas nacionales, que por ser un derecho es más abstracta que su absurdo conflicto en la selva. Pero la educación no es un fantasma o un concepto intocable, es un proceso de formación que necesita un lugar en el espacio para llevarse a cabo, y ese sitio son los colegios. Las nuevas generaciones deben aprender en salones y no en construcciones que parecieran que aún se encontraran en obra.

Uno no se imagina cómo fue que se dieron las clases en aquellas habitaciones caídas, cómo conjugaron aquel verbo, cómo resolvieron las ecuaciones sobre el acrílico gastado y captaron la propia mentira de su país en llamas. Es difícil hacerse a la idea de escuchar al profesor mientras el techo puede caerte encima.

Un personaje de Vargas Llosa se preguntó una vez; ¿Cuándo se jodió el Perú? Y a mí no me queda de otra que preguntarme también el momento exacto en que se jodieron los colegios públicos.Quizás cuando la clase política decidió que para continuar en el poder era mejor un pueblo ignorante a uno intelectual, con adolescentes organizando pandillas en las calles y el espanto de la academia deshaciéndose sobre los pupitres abandonados. Tal vez cuando nuestra guerra interna se les convirtió en un negocio o cuando se dieron cuenta de que podían robarse el dinero de las escuelas sin que nadie protestara.

Lo cierto es que aquellos colegios que aún no inician sus clases permanecen abandonados y vacíos como monumentos a la negligencia y el silencio, como acertijos puestos por el tiempo para que fueran resueltos por nuestros recuerdos más felices.

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