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martes, 22 de julio de 2014

Procurador sueña con presidencia

Ya me quiero imaginar la mañana en que el Procurador despertó pensando en ser presidente.
Lo pinto serio y solitario sobre su cama, meditando la idea frente al crucifijo de madera que cuelga de un clavo en la pared del cuarto. Los ojos en el vacío de su destino, las manos de arzobispo que agarran el celular y tuitean: “¿Procurador debe seguir en cargo o comprometerse con aspiración a Presidencia? Atentos a sus opiniones”. Y una vez terminada la última palabra siente el escalofrío del poder que le recorre las entrañas. Esa mañana habrá rezado el doble y soñado con cetros e iglesias construidas sobre las ruinas de una sala de audiencias.

Independientemente de la publicidad política gratis que se rebuscó este señor con la cuenta oficial de la Procuraduría supongo que todos están preguntándose lo mismo: ¿cómo puede llegar a ser presidente una persona que no sabe diferenciar sus creencias religiosas de su labor en el estado? Respuesta: con una sociedad incoherente.

Resulta que muchos colombianos somos cada vez más contradictorios en nuestro pensamiento político: creemos en las libertades pero censuramos a las parejas del mismo sexo que quieren casarse, creemos en la concepción con amor pero le reprochamos a la joven que violaron su decisión de abortar aquel embrión maldito, creemos en el derecho a la vida pero reprobamos el aborto cuando la madre está en un peligro mortal. Con personas que todavía están pensando así es lógico que escojamos a los candidatos más ineptos para que nos gobiernen. Siempre he creído que la democracia es un modelo perfecto sólo con sociedades responsables, tal como decía Sartre. Un país que ha reelegido a Uribe, que se moviliza masivamente solo contra la guerrilla y no contra los paramilitares también, que demanda la libertad de “La Gata” y que se queda callado con el TLC con Estados Unidos es, evidentemente, un país inmaduro, despistado, decepcionante, destinado a perecer bajo el mando de los líderes más ignorantes.

Y aquí se nos presenta este cardenal con un guiño a su candidatura. ¿Qué haremos entonces? Pensar críticamente. Recordar el pasado. Advertir los rasgos comunes entre un político y otro, esas marcas que luego el tiempo muestra en los noticieros como corrupción, terrorismo y ultraderecha. ¿Cómo puede ser presidente alguien que no sabe lo que es un Estado laico, alguien que a cada momento se revienta de cólera con el proceso de paz? Únicamente considero esta posibilidad en una nación masoquista, y ciertamente nosotros no somos eso, aunque sí lo parezcamos.

No sería difícil suponer los actos siguientes a aquella mañana en que Alejandro Ordóñez comprendió que podía obtener más dominio sobre Colombia: habrá andado hacia su oficina, se habrá persignado cada vez que le tocara firmar un documento y luego habrá visto su propio reflejo en un destello de tantos portarretratos para después pensar que está cerca aquel espléndido día, cuando en la Casa de Nariño salga un humo blanco por las ventanas y los medios pregonen la asunción de su santísimo cuerpo a la presidencia.

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