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jueves, 7 de agosto de 2014

La civilización del fútbol

Me pregunto si una conferencia de Jorge Luis Borges hubiese llenado los 99 mil asientos del Camp Nou, o si un debate entre García Márquez y Vargas Llosa hubiese sido considerado un súper clásico digno de emitir por todos los canales de televisión. Me lo pregunto aun sabiendo que nuestro nobel colombiano nunca llegó a ganar 1600 pesos por segundo como Lionel Messi, y a todo eso sé que la respuesta es un rotundo no.
Diré algo que todos intuyen: existe un desequilibrio económico de modos de vida entre los escritores, pintores, dramaturgos, académicos y entre todos aquellos que pertenecen a la industria de los deportes hegemónicos, especialmente el fútbol. Incluso hay una asimetría simbólica: la gloria de unos no se compara a la de los otros. Muchos quieren ver jugar a Falcao pero pocos desearían leerse el Ulises de Joyce, aun cuando, en equivalencias, tanto el delantero colombiano como la novela son grandes exponentes de sus respectivos campos.
¿Qué clase de sociedad es esta en donde Cristiano Ronaldo colecciona autos deportivos mientras doctores en filosofía, estudiantes de literatura o bailarines folclóricos se matan haciendo la fila infinita del taxi colectivo? Algunos dirán que cada quien puede hacer con su dinero lo que le plazca, que no es culpa de Ronaldo que otros no ganen tanto como él, y tienen razón: no es su culpa; la verdadera culpa es de nosotros por apoyar desproporcionadamente ciertos deportes de masas al mismo tiempo que desdeñamos y olvidamos otras dimensiones de la vida como el arte y la academia. La energía del capitalismo procede de los consumidores, y si estamos dispuestos a comprar una camisa del Bayern Múnich en 267 mil pesos pero no a prestar en la biblioteca los dos tomos del Quijote, estamos jodidos.
Esta es una civilización que vive del espectáculo físico, de los efectos especiales, desdeñamos la sensatez y la palabra, menospreciamos el valor de la quietud. Ignoramos constantemente que el conocimiento también produce orgasmos, que en medio de una lectura silenciosa podemos acabar rodeados de incendios y pasiones inmediatas. ¿Por qué no gritar gol cada vez que pasamos una página? ¿Por qué no vivir la trama de un cuento como los últimos minutos del tiempo extra? ¿Por qué no le exigimos al presidente de la república una mejor educación con la misma fuerza con la que le exigimos un mejor director técnico para la selección nacional?
Ésa es la lógica absurda que nos rige, la que nos entretiene. Somos como circos sobre el agua a punto de hundirse para siempre sólo por desconocer dónde estaban las prioridades. Si no cambiamos ahora, llegará el día en que una final de la Champions League pueda comprar nuestra inteligencia.

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