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miércoles, 29 de octubre de 2014

Los cuadros del alcalde

Dos meses aproximadamente lleva el alcalde de Cartagena, Dionisio Vélez Trujillo, donando a los colegios públicos de la ciudad varios cuadros con su imagen. Pudo mandar libros o computadores, que son lo que más necesitan nuestras nuevas generaciones, pudo mandar sillas o becas, parques o meriendas reforzadas, pero no, él manda un retrato suyo para que sea colgado en cada salón y rectoría como en los países donde los dictadores obligan a que la gente los vea en cualquier rincón de la nación.

Ya no basta con que su nombre salga en cada proyecto infructuoso de la ciudad, ni que al entrar en las dependencias distritales nos tropecemos con su foto de gigantón encamisado asomándose en los balcones coloniales de la alcaldía. Ahora también debemos mirarlo en las instituciones educativas y tratar de entender el comportamiento tan absurdo de este funcionario público que va de noticiero en noticiero presumiendo de una buena gestión que no existe.

A este alcalde hay que advertirle que la arrogancia no conlleva a ninguna empresa provechosa. En su arrogancia (o ingenuidad, puede ser) se ha creído que puede cambiar el escudo republicano de Cartagena por el escudo colonial, al tiempo que conmemora nuestros gritos de independencia. Dionisio está convencido de que es suyo el poder para juntar las Fiestas de Independencia con el Concurso Nacional de Belleza, o que es posible reinaugurar el Parque del Centenario (que es un monumento a la libertad política) mientras se usan los símbolos de la Corona Española.

No sé dónde están sus asesores ni dónde su sentido común. Todavía estoy impresionado por la superficialidad de su mandato y no hago otra cosa que ponerme las manos en la cabeza cada vez que suelta una de sus frases célebres o ejerce, de modo incoherente y absoluto, sus funciones gubernamentales.

Me pregunto si todo este show de colocar fotos suyas en los colegios no será el reflejo de su constante evocación por la colonia y las estructuras hegemónicas del poder. A lo mejor Dionisio se cree en un reino y, como buenos súbditos, nosotros tenemos que verlo en todos los espacios de la ciudad. El “pelao” (como él mismo se hacía llamar en campaña aunque tenga 40 años) nos salió con hábitos del medioevo.

Los jóvenes y los ciudadanos que votaron por él se quedaron esperando una gestión madura y eficaz para un período atípico de casi tres años. Se quedaron esperando ideas innovadoras, soluciones urbanísticas y procesos que recuperaran el buen uso de la memoria histórica, y lo que esta ciudad recibió fueron cuadros, retratos banales de un alcalde que, al igual que Narciso, se ahoga poco a poco por querer besar su reflejo en el agua.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Plegarias de la audiencia

En el principio el hombre inventó el teléfono y la radio. La radio, sin embargo, estaba informe y vacía, y las imágenes aún no cubrían la superficie de nuestras dinámicas sociales. Mientras tanto, el espíritu de la infancia se movía sobre la vida cotidiana, y jugábamos a lanzar guijarros contra el dibujo de una rayuela o bailábamos trompos de guayacán en la arena de los patios. Éramos pistoleros con armas de palo y montábamos trenes donde sólo el hijo del conde se quedaba atrás. Y qué decir del zapatico cochinito para decidir quién se las queda, o del chismógrafo que solíamos escribir con las primeras novias.
Pero después vino el hombre e inventó el televisor, y la televisión quedó hecha. Fue él quien vio que los programas tenían rating y dividió la programación familiar de la programación nocturna para adultos. Desde entonces la infancia fue expulsada de la Tierra.
Ahora duramos horas consumiendo comerciales, renovando la materia gris del cráneo con ofertas de cremas dentales y jugos naturales en polvo. Ahora vivimos para gastarnos, para que se nos hagan rápidas las épocas de lluvia y las falsas estaciones ecuatoriales. Éramos gallinitas ciegas y nos convirtieron en telespectadores, teníamos orejas de pescados y nos volvieron audiencia, hablábamos como cotorras mojadas y nos cosieron la boca.
Los tiempos del agua limonada y la bolita de uñita terminaron. Esta no es la época para jugar al escondido o al congelado. Le hemos atinado a un futuro sin rasgos humanos. Hace ya rato que se nos quemó la panela tratando de encontrar en la tecnología un progreso sin deshumanizarnos. Este es el siglo en donde los niños no volverán sucios de tierra por haber jugado tanto, sino que vendrán desesperados a sus casas, pendientes del nuevo episodio de su programa favorito.

Bueno, ya que la mirada se nos pudre entre concursos de canto y telenovelas sobre narcotraficantes y que la televisión nos tiene amarrados con sus horarios perpetuos, ya que el tevecable es el presidio de los tiempos modernos donde no hay sino que agarrar el control remoto y prender la pantalla para que el alma se nos vaya escaldando poco a poco, ya que ustedes lectores no se pierden un capítulo de “La Voz Kids” o de “Un sueño llamado salsa”, repitan conmigo:

Padre Nuestro que estás en el televisor, santificados sean tus canales, venga a nosotros tu programación, hágase tu voluntad en el canal 6 como en el 31, danos hoy nuestros comerciales de cada día, perdona a los que no pagan el servicio de la luz así como también nosotros perdonamos al vecino que nos roba la señal de la parabólica, no nos dejes caer en la lectura y líbranos de toda reflexión, Amén.

http://www.eluniversal.com.co/opinion/columna/plegarias-de-la-audiencia-7443

miércoles, 1 de octubre de 2014

La negra que te espera

Recuerda, negra, todas las cosas malas que te han dicho, acuérdate por última vez de esas vainas para que puedas olvidarlas hoy mismo. ¿Qué te decían? Negra hedionda, negra vulgar, negra bembona. Pasabas por un colegio y todos se quedaban viendo el afro de tus crespos, algunos hasta te gritaban que estabas explotada, que te echaras agua en ese pelo. Acuérdate que fue tu mamá la primera que te alisó el cabello hace muchos años, antes de asistir a una fiesta. Decían que así te mirabas más bonita, y con el tiempo te convenciste de aquella triste mentira. Desde entonces tuvida transcurre entre planchas capilares y tarros de queratina, ya ni siquiera te puedes lavar la cabeza todos los días. Ya no permites que alguien te haga unas trenzas con chaquiras.
Y claro, cómo no, si muchos no hicieron otra cosa que hostigarte por tu color de piel y tus facciones distintas. Eras el bicho raro de las filas en el banco, el moco en la solapa de las salas de espera. Mierda, mi negra, nadie te habló de tu color de eclipse lunar. Eras hermosa y te escondieron, eras única y te igualaron a las muchachas de los comerciales de Head & Shoulders. Por eso usas lentes de contacto o decoloras tus vellos con agua oxigenada. Te diste cuenta que así no te molestan tanto cuando entras a un restaurante o a una discoteca.
Pero no, tú no te llamas Emmanuelle o Scarlett, ni te apellidas Santo Domingo, tú eres una Yurleidis, una Belkis o Nicolasa que jamás verá su nombre en las nuevas etiquetas de las botellas de Coca-Cola, pero que tendrá el premio de la tierra, la conexión con los tambores y el carnaval de sombras en el que habitan tus bellezas.
Tras la bambalina del espejo te espera tu negra de todos los días, ésa que no ha podido mostrarse por tanto complejo social, ésa que tiene la sonrisa más blanca y los pezones de chocolate. Siéntete orgullosa de ser la mujer que en la distancia confunden con una pantera. Tú caminarás por las calles queriendo imitar las tinieblas, serás carne y noche al mismo tiempo, lucirás un escote en donde se puedan ver cada uno de tus lunares como si fueran astros de carbón guindados en un universo de canela. No te va a importar lo que digan los que te rodean. Eres negra y qué. Te gusta la champeta y qué. Hablas golpeado y qué. Tú estarás feliz con la idea de que tu cabeza es el lugar estratégico donde anidan todos los tornados y donde se forman todas las trenzas.
Olvida ya esa estúpida estación de radio que constantemente te pregunta “¿Y ese pelo?”, saca de tu memoria la primacía del color blanco.
A lo mejor un día te despiertas y, sin darte cuenta, amaneces siendo la fantástica negra que siempre has sido.