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miércoles, 29 de abril de 2015

La docencia ingrata

Colombia es uno de los pocos países donde la docencia es un oficio repleto de ingratitud. Sobre los maestros se dicen tantas cosas negativas y hay tantos chismes en torno a ellos que ya se hace imposible distinguir entre el resentimiento, la verdad y el prejuicio.
Ha sido tal la campaña de desprestigio en su contra que hoy hay gente que habla muy mal de los maestros. Dicen, por ejemplo, que tienen demasiadas vacaciones y que descansan más que los demás trabajadores. También que ninguno se capacita para mejorar la calidad de su educación sino para poder ascender en el escalafón docente. O que no laboran las ocho horas mínimas que deben sudar el resto de mortales, sino seis. Y que cuando se hacen viejos, llegado el momento de jubilarse, gozan de un infinito número de pensiones.
Esa misma gente no menciona, por supuesto, que desde el gobierno de Uribe a los maestros les quitaron 15 días de descanso en la mitad del año, o que después de sus jornadas de seis horas vienen largas noches colmadas de exámenes, ensayos y talleres que necesitan ser calificados. Las pensiones tienen tiempo de haber cambiado, y solamente los profesores cobijados por el anterior Estatuto Docente (reformado ya hace casi 30 años) son los que integran este mito.
Entonces ¿qué tanto sabemos de los maestros?

“Los maestros tienen más puestos que un bus” se les escucha decir a muchos colombianos. Lo que no saben es que a los educadores les toca buscar varios trabajos al mismo tiempo para poder recolectar un salario integral. Nadie sabe que los “profes” y las “seños” ganan un 28% menos que los demás funcionarios estatales. Mientras un concejal, un senador o un presidente de la república recogen salarios descomunales por hacer nada, los maestros se rompen el espinazo en las aulas de un colegio que por lo general se encuentra en ruinas. Y por una paga miserable.
Este es un país donde enseñar es el acto más ingrato que existe. He tenido profesores que estuvieron a punto de quedarse ciegos por el polvo estelar de sus tizas. He tenido profesores que empeñaron su voz por una clase de biología. Profesores que aun sabiendo de la miseria de su sueldo seguían dictando clases en un salón siniestro de sillas partidas. Profesores que fueron padres y madres en esa república de recreos y cuadernos sin márgenes que fue mi bachillerato.
No me digan ahora que ser maestro es fácil. Enseñar no es sólo entrar al salón de clases y gritar que 2 + 2 es 4 o que Antígona es una palabra esdrújula. Aquí, en este país que nada lo retribuye, ser maestro es un acto de fe y de santidad muy parecido al suicidio.

miércoles, 15 de abril de 2015

Espacio público, o farsa

Siendo franco, pienso que todo ese rollo de “proteger al espacio público” que usan nuestros dirigentes es una gran farsa. Si se fijan bien, la historia de la preservación del espacio público en Cartagena es sobre la discriminación de las clases populares y sus formas de subsistencia.
Con el argumento de “embellecer” y salvaguardar la integridad del espacio público se han cometido actos de exclusión extremadamente vergonzosos: en 1978 desmontaron el antiguo mercado de Getsemaní y lo exiliaron en Bazurto; más tarde, limpiaron el Muelle de la Bodeguita como si de plagas se tratara y algunas décadas después expulsaron de la Plazoleta de Telecom a todos los relojeros y remontadoras de calzado que la habitaban. En una ocasión, recuerdo que intentaron impedir que el Uso Carruso y el Mello compartieran sus chistes en donde solía estar el monumento a la India Catalina.
El desafuero más reciente sucedió el pasado 3 de abril, cuando los agentes de Espacio Público cuestionaron la permanencia de la Carreta Literaria en la Plaza de la Aduana. Así lo denunció Martín Murillo en su cuenta de Twitter, muy a pesar de que Adelfo Doria, (gerente de Espacio Público de la alcaldía) haya presentado disculpas y declarado que se trataba de un “malentendido”.
Creo que todos estaríamos más contentos si al espacio público lo convirtieran en un lugar donde se alimente el intelecto de los ciudadanos. Yo, por ejemplo, pondría en cada andén dos o tres estantes de libros, porque prefiero que los peatones encuentren a su paso un ejemplar del Quijote y no una mesa de un restaurante de la plaza Santo Domingo.
Un verdadero alcalde con un verdadero gabinete haría de las plazas grandes bibliotecas o museos al aire libre, y no permitiría que algunas calles o baluartes se transformaran en sitios exclusivos a los que sólo accede la gente adinerada. Un auténtico alcalde con un gabinete serio no vagabundearía de calle en calle desalojando vendedores informales sino que implementaría políticas comerciales enfocadas a sustentar con dignidad todos estos locales, en muchos casos artesanales.
Porque da dolor, vergüenza y cierta cólera andar en una ciudad que te excluye desde su misma geografía. Porque los cartageneros vamos de un lugar a otro con el escombro retorcido del exilio en el pecho. Porque no es justo que se le quiera exigir un permiso de circulación a La Carreta Literaria mientras otros personajes nos arrebatan las plazas. Por esas y otras razones más es que el espacio público debería promoverse con un interés social y no con el pensamiento hegemónico que desde hace rato vienen imponiendo.

miércoles, 1 de abril de 2015

Terapia de ciudadanía

Para cargar la cruz de la ciudadanía y no morir inmolado en el Gólgota, favor leer al pie de la letra los siguientes puntos:
1. Hay que entender que Cartagena es un gran orfelinato y tú, amigo mío, eres un huérfano de la patria. ¿Crees que porque has nacido en esta tierra ya eres cartagenero? Es hora de que vayas desengañándote. Aquí todos pagamos una vida de turistas sin haber salido de nuestro humilde vecindario. Pero ojo, no confundas: nos cobran como turistas pero nos atienden como vagabundos.

2. Ve y grítale al mundo que la ciudad es tuya para que todos podamos reírnos de ti. Sí. La ciudad la perdimos hace rato. Cada plaza del Centro Histórico es como un museo en el que no estamos ni nos dejan estar. Nos toca entonces recuperarla, traerla de vuelta al corazón de los barrios populares.

3. No mires más tu dirección postal ni tu documento de identidad. Eso es torturarse. Allí dice que resides y naciste en Cartagena pero en el fondo tú no vienes de ninguna parte. Tú eres un fantasma, un sujeto invisible hecho de vidrio y sopas de mondongo que agarra busetas supersónicas y compra bolis del Chavo. En vano intentarán los medios mostrar por completo esta población de sombras hambrientas a la que perteneces. Es tu deber volverte una persona de carne y hueso.

4. Trata de no mearte las murallas pero también trata de no cagarte de miedo cuando te quejas. Por culpa del silencio hemos aguantado clases dirigentes obscenas, obras públicas intrascendentes y un gran árbol de familias que se legan entre sí el poder político que no supimos otorgar.

5. Recuerda siempre esta frase atribuida a George Bernard Shaw, escritor irlandés y premio Nobel de literatura en 1925: “A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos seguido… y por las mismas razones”. Luego piensa en nuestro Concejo Distrital y sus concejales eternos.

6. Un barranquillero, un paisa o un bogotano pueden ser más cartageneros que tú. Un argentino puede ser más cartagenero que tú. La verdad es que cualquiera puede ser más cartagenero que tú si sigues arrojando basura por la ventana del colectivo o escupiendo en los andenes cada vez que lo sientas necesario. Ni hablar cuando vendes el voto.

7. Nunca olvides que la ciudadanía se lucha y no se obtiene únicamente por cumplir 18 años.

Ahora sí, después de haber considerado estos puntos, puedes irte al anaquel de libros más cercano y empezar a roer, como un perro callejero, el insensible hueso que no deja ver el delicioso tuétano de nuestras vidas.