Siendo franco, pienso que todo ese rollo de “proteger al espacio público” que usan nuestros dirigentes es una gran farsa. Si se fijan bien, la historia de la preservación del espacio público en Cartagena es sobre la discriminación de las clases populares y sus formas de subsistencia.
Con el argumento de “embellecer” y salvaguardar la integridad del espacio público se han cometido actos de exclusión extremadamente vergonzosos: en 1978 desmontaron el antiguo mercado de Getsemaní y lo exiliaron en Bazurto; más tarde, limpiaron el Muelle de la Bodeguita como si de plagas se tratara y algunas décadas después expulsaron de la Plazoleta de Telecom a todos los relojeros y remontadoras de calzado que la habitaban. En una ocasión, recuerdo que intentaron impedir que el Uso Carruso y el Mello compartieran sus chistes en donde solía estar el monumento a la India Catalina.
El desafuero más reciente sucedió el pasado 3 de abril, cuando los agentes de Espacio Público cuestionaron la permanencia de la Carreta Literaria en la Plaza de la Aduana. Así lo denunció Martín Murillo en su cuenta de Twitter, muy a pesar de que Adelfo Doria, (gerente de Espacio Público de la alcaldía) haya presentado disculpas y declarado que se trataba de un “malentendido”.
Creo que todos estaríamos más contentos si al espacio público lo convirtieran en un lugar donde se alimente el intelecto de los ciudadanos. Yo, por ejemplo, pondría en cada andén dos o tres estantes de libros, porque prefiero que los peatones encuentren a su paso un ejemplar del Quijote y no una mesa de un restaurante de la plaza Santo Domingo.
Un verdadero alcalde con un verdadero gabinete haría de las plazas grandes bibliotecas o museos al aire libre, y no permitiría que algunas calles o baluartes se transformaran en sitios exclusivos a los que sólo accede la gente adinerada. Un auténtico alcalde con un gabinete serio no vagabundearía de calle en calle desalojando vendedores informales sino que implementaría políticas comerciales enfocadas a sustentar con dignidad todos estos locales, en muchos casos artesanales.
Porque da dolor, vergüenza y cierta cólera andar en una ciudad que te excluye desde su misma geografía. Porque los cartageneros vamos de un lugar a otro con el escombro retorcido del exilio en el pecho. Porque no es justo que se le quiera exigir un permiso de circulación a La Carreta Literaria mientras otros personajes nos arrebatan las plazas. Por esas y otras razones más es que el espacio público debería promoverse con un interés social y no con el pensamiento hegemónico que desde hace rato vienen imponiendo.
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