Visitas

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Apartheid Intelectual


“Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia duros y secos; pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad; más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo”.
Lo que acaban de leer es un fragmento sacado del célebre discurso de Charles Chaplin hacia el final de la película El Gran Dictador. Y lo recuerdo ante ustedes porque allí se rescata el concepto de Humanidad, y es precisamente eso lo que no tiene la educación en Colombia.
Hoy en día tengo miedo de que mis hijos nazcan en un país en donde el sistema educativo te enseña a pensar pero no te enseña a sentir. Tengo miedo que mi árbol genealógico extienda sus ramas hacia un cielo quebrado repleto de burócratas que ven en los salones de clases una lucha salvaje por el mérito y la mercancía. Me asusta la idea de una sociedad que discrimina y distingue entre los que son “brutos” y los que “saben”. Y para no ir más lejos, debo confesar que me causa pavor el hecho de que en Cartagena, además del racismo y la pobreza, haya un nuevo apartheid: el de la inteligencia.
Con el más reciente paro estudiantil en la Universidad de Cartagena salió a relucir un sector de la academia que deslegitima a los estudiantes que protestan con la razón de que son unos completos ignorantes. Para esa gente, si el alumno no tiene el grado de erudición suficiente entonces no tiene derecho a hablar, ni a quejarse, ni a entender puntos de vista y mucho menos a expresar en una forma simple y corriente las necesidades básicas que no ha podido satisfacer una universidad que se pavonea con su certificación de calidad.
Qué tristeza me dan algunos profesores e investigadores de esa universidad. El sistema se los tragó, los derrotó en el mismo momento en el que les hizo olvidar la realidad colectiva en la que están sumidos para arrojarlos a una batalla siniestra por el pan de las publicaciones en revistas indexadas por Colciencias.
Pero yo no me trago ese producto rancio propio de una segregación epistemológica absurda, no me trago este sistema en donde si no tienes un promedio académico por encima de 4,5 entonces no cuentas, en donde si no sabes escribir entonces no piensas, en donde si no demuestras que has memorizado toda la maraña conceptual del pénsum de tu carrera no estás autorizado para exigir tus derechos.
Esa basura hay que cambiarla. Las nuevas generaciones, las del posconflicto, no pueden sufrir esta lógica de violencia simbólica en tiempos de paz.

http://www.eluniversal.com.co/opinion/columna/apartheid-intelectual-9354

sábado, 19 de septiembre de 2015

Intervención conversatorio Alternativas para el Fortalecimiento de la Participación Ciudadana


Este es un fragmento de mi intervención en el conversatorio Alternativas para el Fortalecimiento de la Participación Ciudadana, llevado a cabo por la Alcaldía de Cartagena en abril del año 2014 en el Teatro Adolfo Mejía. En la misma mesa de debate estaban los que en ese entonces eran los concejales Antonio Quinto Guerra y Andrés Betancourt (ambos candidatos a la alcaldía actualmente).

Mi mensaje es que, a veces, a muchos ciudadanos no nos dan ganas de participar cuando los mecanismos de Participación Ciudadana son distorsionados por la corrupción y la falta de conciencia. La confianza de la gente en los dispositivos socio-políticos de un gobierno es directamente proporcional a la buena gestión del mismo. 



"...Toda apatía tiene su origen. Yo creo que cuando dicen que no hay un respaldo a los programas y planes del Gobierno por parte de la gente es porque esos programas y planes del Gobierno no son para la gente.

Cuando los que votan a conciencia observan que los políticos y los concejales que quedan son los que compraron los votos o traficaron influencias no dan ganas de participar.

Cuando las políticas sobre el espacio público benefician a los hoteles y a los restaurantes elegantes pero desalojan a los vendedores ambulantes, no dan ganas de participar.

Cuando las fiestas populares se borran por un Reinado Nacional que nada tiene que ver con nuestra identidad, no dan ganas de participar.

Cuando la gentrificación es un hecho -la gentrificación es cuando sacan a los nativos de sus casas, eso pasa en Getsemaní y en San Diego- no dan ganas de participar"

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Requiem por la UdeC












“Siempre a la altura de los tiempos” es el lema que la Universidad de Cartagena ha venido promoviendo desde hace muchos años como si fuera una frase mántrica que de tanto repetirse pudiera volverse realidad. Una frase que acostumbran a decir en la emisora institucional y en los discursos de grado, y que siempre está escrita en cada aviso publicitario de la administración como si la rectoría quisiera hacer un ejercicio intensivo de programación neurolingüística.
Pero la verdad es que ya eso no basta para los estudiantes y profesores. Hoy nadie se traga el cuento de que nuestra universidad pública está a la vanguardia de los tiempos, de la gobernabilidad y los nuevos descubrimientos.
La nuestra es una institución educativa anacrónica cuyo auténtico rostro está marcado por el estigma de las burocracias ridículas y los escándalos de corrupción.

Tenemos una universidad que lastimosamente es famosa por ser la única del país que mientras aumenta sus cargos administrativos disminuye su número de docentes: la prueba de esto está en sus 7 vicerrectorías (ninguna otra universidad tiene tantas) al tiempo que en la Facultad de Derecho se quedan sin profesor de Derecho Internacional.
El techo desplomando de uno de los salones de Medicina
en la sede de Zaragocilla de la Universidad de Cartagena.
Tenemos una universidad cuyos salones pareciera que hubieran sido creados con alma de auditorios, pues en donde caben cómodamente 30 personas han sabido meter a 66. Tenemos una universidad con un sello editorial que jamás le ha servido a sus estudiantes, una universidad cuyos grupos de investigación tienen que hacer malabares con el presupuesto para que la plata de los congresos rinda, una universidad en donde se caen los techos de los salones y toca dar las clases de fonética sin haber entrado en un solo laboratorio de fonética, una universidad con irregularidades en los cupos para ingresar a las maestrías, una universidad en donde los estudiantes deben vender chuzos y perros calientes para pagarse las rutas académicas.
En la página web de la universidad aparecen las 7 vicerrectorías
que han  sido  objeto de  críticas  por  parte de  los estudiantes.
Y ahora, a raíz del paro, vemos a una universidad cuya administración desprestigia a sus propios estudiantes y deslegitima sus derechos constitucionales para protestar.

¿Qué podría esperarse ante esto? ¿Que los estudiantes no reclamáramos lo que es nuestro? ¿Que guardáramos aquel silencio muy parecido a la estupidez? ¿Que siguiéramos dando nuestras clases sin inmutarnos de la irresponsabilidad con la que se ha tratado nuestro derecho a una educación digna?

Pues no. Ninguno de nosotros piensa coserse los labios, porque no anhelamos ser como aquellos personajes sin conciencia que por no exigir lo que merecen quedan reducidos a la nada.


El estado en el que se encuentra el cielorraso de algunos de los 
pasillos del Claustro de San Agustín (en esta foto el pasillo del 
tercer piso) también preocupa a los estudiantes.


     "¿En dónde está? Que no se ve, la calidad de la UdeC?"

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El hombre serio

“Un hombre serio para soluciones serias” dice el eslogan publicitario de Antonio Quinto Guerra, el candidato a la alcaldía de Cartagena que supuestamente puntea en las encuestas. Debo decir que estoy totalmente de acuerdo con aquella frase, pues, en efecto, toda solución seria tendría que derivarse de personas serias. Pero sucede que Quinto Guerra no es una de esas personas.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el término ‘serio’ como algo o alguien “real, verdadero y sincero, sin engaño o burla, doblez o disimulo”. Me cuesta creer que son estas las palabras que se deben usar con este candidato, sobre todo si Quinto Guerra –al igual que el también candidato a la alcaldía William García y el excandidato Gustavo Martínez– empezó a publicitar su campaña política antes de lo permitido por la ley.
Un hombre serio no empapela calles y automóviles con su apodo político de forma extemporánea y se excusa ante los noticieros con el pretexto de que se trata de un “club deportivo”. La seriedad poco tiene que ver con esa falta de vergüenza y ese descaro con el que se pretende mofar de la opinión de los ciudadanos.
Nuestro “hombre serio” ha compartido más sus afiches en los postes de luz que sus propuestas en los medios, aun cuando desde el 24 de julio existe un Decreto que prohíbe terminantemente dicha publicidad en los postes.
Para mí, Quinto Guerra representa el círculo vicioso con el que muchos otros políticos han marcado la historia de la ciudad por su irresponsable y chocarrera forma de proceder en la administración pública. Dirigir a Cartagena es un tema serio, con relaciones políticas serias. Basta ver a los invitados de Quinto el día de su cumpleaños (famoso por el dinero que gastó organizándolo) para comprobar de quién está rodeado: ahí estuvieron personajes como Libardo Simancas, un exgobernador condenado por parapolítica, Luis Daniel Vargas, otro exgobernador inhabilitado por 13 años y César Pión, actual concejal de Cartagena y del cual la Revista Semana afirma que pertenece a la casa de los García Romero.
Los ciudadanos sensatos deberíamos pensar que si a este candidato no le importan normas tan sencillas como las que regulan la publicidad electoral, probablemente poco le importarán las normas más ‘serias’ cuando sea alcalde. Eso en caso de que quede electo, claro está. No vaya a ser que en Cartagena la gente por fin emerja de su eterno conformismo y ejerza el poder que constitucionalmente siempre ha tenido en sus manos: el voto a conciencia, esa noble papeleta untada de dignidad, madurez y orgullo.