Lo que acaban de leer es un fragmento sacado del célebre discurso de Charles Chaplin hacia el final de la película El Gran Dictador. Y lo recuerdo ante ustedes porque allí se rescata el concepto de Humanidad, y es precisamente eso lo que no tiene la educación en Colombia.
Hoy en día tengo miedo de que mis hijos nazcan en un país en donde el sistema educativo te enseña a pensar pero no te enseña a sentir. Tengo miedo que mi árbol genealógico extienda sus ramas hacia un cielo quebrado repleto de burócratas que ven en los salones de clases una lucha salvaje por el mérito y la mercancía. Me asusta la idea de una sociedad que discrimina y distingue entre los que son “brutos” y los que “saben”. Y para no ir más lejos, debo confesar que me causa pavor el hecho de que en Cartagena, además del racismo y la pobreza, haya un nuevo apartheid: el de la inteligencia.

Qué tristeza me dan algunos profesores e investigadores de esa universidad. El sistema se los tragó, los derrotó en el mismo momento en el que les hizo olvidar la realidad colectiva en la que están sumidos para arrojarlos a una batalla siniestra por el pan de las publicaciones en revistas indexadas por Colciencias.
Pero yo no me trago ese producto rancio propio de una segregación epistemológica absurda, no me trago este sistema en donde si no tienes un promedio académico por encima de 4,5 entonces no cuentas, en donde si no sabes escribir entonces no piensas, en donde si no demuestras que has memorizado toda la maraña conceptual del pénsum de tu carrera no estás autorizado para exigir tus derechos.
Esa basura hay que cambiarla. Las nuevas generaciones, las del posconflicto, no pueden sufrir esta lógica de violencia simbólica en tiempos de paz.
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