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miércoles, 17 de febrero de 2016

Derecho a la cerveza

Parece absurdo que alguien luche por el derecho a beber una cerveza en cualquier plaza de la ciudad. Y hasta puede resultar un poco vergonzoso, dado que en Colombia se violentan otros derechos más importantes como la vida digna y la educación. Pero decidí que defender esta libertad vale la pena pues considero que, por diminuta que sea, está ligada a una libertad más universal.  
Lo que pasa en Cartagena es para morirse de risa (o de tristeza). No conformes con arrebatarnos los sitios históricos y con vender nuestro espacio público a los empresarios, a la alcaldía se le dio por desposeernos desde la cotidianidad: ahora los ciudadanos ni siquiera podemos beber una cerveza en la plaza que se nos dé la gana. Acaba de ocurrir con la Plaza de la Trinidad, en la cual, desde el 1 de febrero, están prohibidas la comercialización y la ingesta de alcohol por noventa días. Todo esto como si con suprimir el alcohol fueran a desaparecer los turistas desadaptados, las riñas, el consumo de drogas y los actos de vandalismo que desde hace años vienen deteriorando la tranquilidad de Getsemaní.
Cuando los políticos no quieren pensar, prohíben. Ésa es la filosofía que nos gobierna. Por eso los decretos se expiden a la ligera, son restrictivos y nunca apuntan al verdadero meollo del asunto. Prohibir el alcohol porque es fuente de situaciones delictivas es igual de inoportuno que prohibir el fútbol porque propicia los enfrentamientos entre las barras bravas. A este paso, con estos nexos de causalidad tan rebuscados, algún alcalde se atreverá a censurar la champeta el día que dentro de un baile de picó haya una trifulca.
Elogio y exijo mi derecho a beber una cerveza en una plaza cualquiera. Está comprobado que las bebidas alcohólicas desinhiben y causan cierta conducta impulsiva, pero de ahí al delito hay un trecho bastante largo. No se puede afirmar que todos los borrachos se comportan como bandidos porque yo soy de los que beben y ríen y no se meten con nadie.
Entiendo que Getsemaní atraviesa un horrible proceso de gentrificación en el que los nativos están siendo despojados de sus propias casas y en donde las calles son cada vez más un aciago territorio del exilio. Estoy al tanto de esa triste realidad. Sé muy bien que esta ciudad ha sido diseñada para beneficiar al turista en detrimento de los ciudadanos. Pero prohibir el alcohol no soluciona nada. Si vamos a protestar que sea contra las políticas excluyentes y pidiendo más cultura ciudadana. Así tal vez nos encontremos en una plaza y podamos brindar juntos con la botella del alma.

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