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miércoles, 3 de febrero de 2016

Introducción, robótica

La sangre nos sabe a hierro. El corazón nos late como si funcionara con baterías y cada manzana que mordemos pronto, en segundos, se oxida. Es cierto que nuestro cabello es suave y se corta con facilidad, pero qué cerca están las canas de los viejos de ser unas hebras de acero. Es verdad que envejecemos y morimos, que dormimos y también soñamos, pero hay que ver que del sueño a una película hay un paso y que “morir” y “dejar de funcionar” se parecen mucho.
Siento que todos tenemos algo de androides. Unos andamos más desprogramados que otros. Hay gente a quien el sistema le instaló poco a poco el software malicioso de la rutina: esos son los tipos que se levantan temprano todos los días y van al trabajo a laborar como perros y pierden con los años el sentido de la vida.
Hay quienes se acostumbraron a dormirse con la televisión encendida y a levantarse cada mañana con el ruido de las alarmas y a contestar en masa sus teléfonos inteligentes como si hubiesen preparado la más estúpida de las coreografías. Personas que insultan y arrojan palabras duras como tuercas. Mujeres cuyo sexo violado fue una simple caja de herramientas.
El mundo está lleno de androides. Los niños de ahora son los niños que responden automáticamente al estímulo de la guerra. Matan soldados en la PlayStation sin parpadear dos veces, sueñan con vencer como el Capitán América. Los que nacen en este suelo caduco, rápido y digital donde las ventanas son ventanas de Windows y donde el pájaro que trina en el alféizar es un tweet de 130 caracteres.
¿Qué ocurrió con esos chicos que solían contar estrellas en los patios y jugar al trompo en las terrazas de arena? ¿Qué habrá sido de aquellas niñas que convertían chocoritos de plástico en utensilios de cocina? Yo les diré que son modelos descontinuados. Seres de otro tiempo y espacio nacidos de la madre y no de una fábrica de extraños.
Todos tenemos algo de androides. Un estudiante de filosofía, por ejemplo, no es un estudiante de filosofía, tras él se esconde un aprendiz de informática que busca un mejor software para sobrellevar la vida.
Hay quienes creen que la nostalgia es sólo un fruto de cobre que arrancamos con torpeza a los árboles de otros días. He visto al Dios de hojalata de la biblia y le he preguntado por este metal, por este mineral que se asoma brillando en los filones de cada herida. Y aunque no me contesta yo sé bien cuál es la respuesta: la llevo en el alma como un virus de computadora que no sé cómo ni en qué momento insano descargué.

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