La razón por la que Uribe y su Centro Democrático no quieren la paz es porque viven de la guerra. Si las FARC y el ELN no existieran su discurso se vería empobrecido y la población de votantes que los sostiene quedaría reducida a ellos mismos. Este partido político y su lamentable caudillo serían de una irrelevancia absoluta en un país sin guerrillas, y lo serían no porque yo lo piense así, sino porque sus propuestas de gobierno no tienen la más mínima intención de trascender la lucha armada. Por el contrario, se regodean en el conflicto y se agarran bulliciosamente de palabras como “terrorismo”, “castro-chavismo”, “impunidad”, “resistencia civil” o, más recientemente, “guerra urbana”.
Entre toda esa alharaca no se escucha nada propositivo sobre la educación, el trabajo, la salud y las libertades individuales, a no ser que sean alegatos en contra, como los que han hecho con referencia a los derechos de los homosexuales.
La doble moral de los políticos del CD carece de límites. Eso los ha llevado a juzgar a Juan Manuel Santos por amenazarnos con una “guerra urbana” si no se firman los acuerdos de paz de La Habana (“el terrorismo está envalentonado y la comunidad intimidada”, dijo Uribe en una entrevista). Lo que sí no cuestionan es que, al tiempo que critican al presidente, ellos se nutren de la amenaza castro-chavista y de la inestabilidad institucional venezolana: una amenaza que parte de una invención ridícula, porque difícilmente alguien vería en el rostro neoliberal de Santos a un socialista.
La doble moral de los políticos del CD carece de límites. Eso los ha llevado a juzgar a Juan Manuel Santos por amenazarnos con una “guerra urbana” si no se firman los acuerdos de paz de La Habana (“el terrorismo está envalentonado y la comunidad intimidada”, dijo Uribe en una entrevista). Lo que sí no cuestionan es que, al tiempo que critican al presidente, ellos se nutren de la amenaza castro-chavista y de la inestabilidad institucional venezolana: una amenaza que parte de una invención ridícula, porque difícilmente alguien vería en el rostro neoliberal de Santos a un socialista.
Mientras haya colombianos matándose en el monte por sus convicciones políticas el uribismo tendrá su materia prima. Sus integrantes son parásitos de la muerte, oportunistas de la tragedia. La popularidad de todas sus consignas se alimenta del odio y pareciera que el éxtasis de sus ideales residiera en el exterminio total del enemigo, en la “mano firme”, en el corazón grande y hueco.
A medida que avanza el proceso de paz, Uribe y sus fieles aumentan su disidencia, y es lógico: sienten que cada vez está más cerca el día en que deban despegar sus bocas de la deshonrosa teta de la guerra. Ese es el motivo por el cual recogen firmas que la incentiven y la perpetúen, pues su comodidad está en el desplazamiento forzado, en los ataúdes que desfilan hacia los cementerios, en la ignorancia y el miedo de las muchedumbres. Jamás en el posconflicto.
Ninguno de ellos desea ser como la espada vieja de un poema de William Ospina, a la que una implacable paz está matando.
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