Por culpa de la alcaldía de Manuel Vicente Duque, mejor conocido como Manolo, ya hay dos cosas que mis futuros hijos y las futuras generaciones de cartageneros no podrán vivir jamás: beberse una cerveza con sus amigos en la Plaza de la Trinidad y llevar su propia olla de sancocho a Playa Blanca. A ellos sólo les quedarán las historias de sus viejos, los cuentos familiares echados un domingo después del almuerzo y nada más. Ni la nostalgia más potente ni el poder de una anécdota precisa les pondrá bajo sus pies el territorio perdido.
Ya lo he dicho en artículos anteriores: cuando los gobernantes no quieren pensar, prohíben; y eso anda haciendo Manolo. Las medidas restrictivas de su gobierno han sido producto de su falta de imaginación y, por supuesto, de una vergonzosa pereza mental. ¿Para qué pensar en la problemática del microtráfico de drogas en Getsemaní si puedo prohibir la ingesta de alcohol en el barrio? ¿Para qué diseñar una pedagogía ambiental entre los cartageneros si puedo prohibir que lleven su propia comida a la playa? ¿Para qué voy a molestarme trazando y modelando zonas de camping en Playa Blanca si puedo prohibir que la gente acampe en las noches?
Prohibir, prohibir, prohibir. Concejales y alcaldes repiten esta palabra una y otra vez como un mantra indispensable para gobernar. Y cómo no hacerlo, si gobernar prohibiendo es más fácil y hace de los incapaces muy capaces de todo lo malo. Las prohibiciones les permiten a quienes las imponen cercenar un problema sin haberlo arrancado de raíz, algo así como barrer el polvo de la sala y esconderlo debajo de la alfombra.
Para restringir derechos e imponer sanciones no se necesitan muchas neuronas. Lo difícil es crear políticas de desarrollo sostenibles y pacíficas, innovar con campañas que de verdad cambien la mentalidad de las personas y que no sólo se basen en folleticos y propagandas radiales a los que nadie presta atención. Crear una cultura ciudadana exige estudios serios y mecanismos de difusión llenos de creatividad. Nada que ver con la trivialidad a la que nos han acostumbrado todos estos años.
Manolo se jacta de que sueslogan de gobierno sea “Primero la Gente”, pero la verdad es que los tiempos en los que primero esté la gente aún no han llegado. En Cartagena hemos estado esperándolos como idiotas, ávidos de una época más justa y menos excluyente. Y como suele suceder en estos casos, a cada uno de nosotros nos han dejado con las manos estiradas y la desesperanza de un gobernante mediocre que no sabe en dónde está parado ni cuáles son las prioridades de su gente.
Manolo se jacta de que su
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