Quisiera
compartirles uno de los hallazgos más impactantes que me ha tocado vivir en mis
veintitrés años de edad. Sucedió la noche del sábado pasado. A mis padres se
les había ocurrido improvisar una fiesta para celebrar la destitución de
Alejandro Ordóñez de la Procuraduría General. Invitamos a una amiga de la
familia y nos pusimos a beber vino y a escuchar champetas clásicas de la década
de los 90. De la champeta pasamos a Alejo Durán, y de éste a los grandes éxitos
de las fiestas novembrinas.
Para no tener que buscar más canciones en YouTube, programamos una
lista automática con canciones de la Niña Emilia, una de las artistas más
trascendentales que ha tenido el folclor de la Costa Caribe colombiana,
cantante de inolvidables hits como “Coroncoro” o el “Congo e”. Hasta allí todo
normal. Sin embargo, hacia las once de la noche, YouTube nos condujo a una
entrevista titulada “La agonía de la Niña Emilia”, realizada por Ernesto
McCausland en 1989, cuatro años antes de la muerte de la artista.
En el video se ve a una Niña Emilia envejecida y fascinante, la
mayoría de las veces sentada en una mecedora. Hacia el final, ella le canta a
McCausland una de sus más recientes composiciones y es en aquel instante cuando
ocurre el impactante hallazgo: la canción es una especie de bullerengue por la
paz que nunca llegó a grabarse.
Pienso que en aquella noche de parranda, enmarcada en un contexto
político en el que las campañas a favor o en contra del Plebiscito se han
convertido en el pan diario de columnistas y medios de comunicación, la voz
potente de la Niña Emilia se alzó desde épocas distantes, saltando charcos de
años hasta llegar a la sala de mi casa con un mensaje tan actual como
necesario: “En toda Colombia entera, todos queremos la paz”.
Mis padres, mi amiga y yo quedamos maravillados. Fue como si la
Niña Emilia hubiera estado al tanto de los diálogos entre el gobierno y las
FARC, como si detrás de las gafas negras que nunca se quitaba se escondiera una
mirada clarividente que conociera el futuro del país. Esa fue mi primera
impresión. Horas después, cuando ya no estaba cegado por la magia del momento,
concluí que en 1989 no hubiera sido tan difícil creer que alguien pudiese pedir
por la paz de Colombia. “Que nos vamos a acabar, todos queremos la paz”, dice
el coro, bastante explícito con respecto a la magnitud del conflicto, porque
nos muestra que en tiempos pasados la gente también ha suplicado por un país
más tranquilo, un país sin guerra.
Escuchemos, pues, a la Niña y hagamos la paz.
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