Una de las enseñanzas más significativas de la sabiduría
popular indica que, en ocasiones, para progresar y llegar más lejos de lo que
podemos imaginar la vida nos invita a que nos traguemos uno que otro ‘sapo’.
Los sapos son un malestar pasajero e inferior al beneficio futuro que supone
tragárselos: esta lección ha venido transmitiéndose a través de generaciones en
muchas familias colombianas.
Hoy quisiera que Álvaro
Uribe y su Centro Democrático la aprendieran. En su campaña por el No al
plebiscito, han difundido varios puntos de los acuerdos de paz como ‘sapos’
imposibles de tragar. #YoNoMeTragoEsteSapo se llama su eslogan.
Ahora, es cierto que las
FARC tendrán un espacio en el Congreso y que varios de sus militantes
probablemente serán candidatos a la presidencia. También lo es que cada
exguerrillero cobijado por los acuerdos recibirá casi 25 millones de pesos
producto del programa de reincorporación económica y social. Pero yo me
tragaría con gusto aquellos ‘sapos’ si con eso contribuyo a que se terminen los
secuestros, el fuego cruzado en el monte, el reclutamiento de menores y los
atentados terroristas a las poblaciones rurales de Colombia. Me trago esos
sapos sin remordimientos, porque sé que ese es el precio de acabar con una
guerra de más de cincuenta años.
La vida humana tiene un
valor incalculable, infinitamente superior a todas las riquezas materiales de
cualquier nación. Una infancia salvada o una muerte menos valen, por sí solas,
la plata entera del posconflicto. Si alcanzar la paz implica que tenga que
escuchar los discursos de Iván Márquez en las sesiones del Congreso o ver a
Timochenko en un debate presidencial, lo haré placenteramente porque con aquel
sacrificio conservo miles de vidas.
Además, es preferible que
las FARC hagan política desde la argumentación verbal a que la impongan desde
los fusiles. Es un triunfo para la democracia que los guerrilleros intenten
persuadirnos de sus ideas con palabras y no con el fuego imperativo de sus
ametralladoras.
Un ‘sapo’ normalmente es una
objeción en nuestro sistema de valores, un palo en la rueda de nuestras
convicciones, y por eso es difícil tragarlo. Pero la paz tiene un lugar
privilegiado en el progreso moral, sobre todo en Colombia, que ya tomó
demasiadas duchas de sangre. Por amor a la posteridad y a la tranquilidad de
las nuevas generaciones, votaré Sí al plebiscito y me tragaré todos los
supuestos ‘sapos’ del acuerdo entre el Gobierno y las FARC. A cambio, recibiré
el impagable regalo de la felicidad ajena, especialmente la de los que viven en
el campo.
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