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domingo, 4 de septiembre de 2016

Yo sí me trago el sapo

Una de las enseñanzas más significativas de la sabiduría popular indica que, en ocasiones, para progresar y llegar más lejos de lo que podemos imaginar la vida nos invita a que nos traguemos uno que otro ‘sapo’. Los sapos son un malestar pasajero e inferior al beneficio futuro que supone tragárselos: esta lección ha venido transmitiéndose a través de generaciones en muchas familias colombianas.

Hoy quisiera que Álvaro Uribe y su Centro Democrático la aprendieran. En su campaña por el No al plebiscito, han difundido varios puntos de los acuerdos de paz como ‘sapos’ imposibles de tragar. #YoNoMeTragoEsteSapo se llama su eslogan.

Ahora, es cierto que las FARC tendrán un espacio en el Congreso y que varios de sus militantes probablemente serán candidatos a la presidencia. También lo es que cada exguerrillero cobijado por los acuerdos recibirá casi 25 millones de pesos producto del programa de reincorporación económica y social. Pero yo me tragaría con gusto aquellos ‘sapos’ si con eso contribuyo a que se terminen los secuestros, el fuego cruzado en el monte, el reclutamiento de menores y los atentados terroristas a las poblaciones rurales de Colombia. Me trago esos sapos sin remordimientos, porque sé que ese es el precio de acabar con una guerra de más de cincuenta años.

La vida humana tiene un valor incalculable, infinitamente superior a todas las riquezas materiales de cualquier nación. Una infancia salvada o una muerte menos valen, por sí solas, la plata entera del posconflicto. Si alcanzar la paz implica que tenga que escuchar los discursos de Iván Márquez en las sesiones del Congreso o ver a Timochenko en un debate presidencial, lo haré placenteramente porque con aquel sacrificio conservo miles de vidas.

Además, es preferible que las FARC hagan política desde la argumentación verbal a que la impongan desde los fusiles. Es un triunfo para la democracia que los guerrilleros intenten persuadirnos de sus ideas con palabras y no con el fuego imperativo de sus ametralladoras.


Un ‘sapo’ normalmente es una objeción en nuestro sistema de valores, un palo en la rueda de nuestras convicciones, y por eso es difícil tragarlo. Pero la paz tiene un lugar privilegiado en el progreso moral, sobre todo en Colombia, que ya tomó demasiadas duchas de sangre. Por amor a la posteridad y a la tranquilidad de las nuevas generaciones, votaré Sí al plebiscito y me tragaré todos los supuestos ‘sapos’ del acuerdo entre el Gobierno y las FARC. A cambio, recibiré el impagable regalo de la felicidad ajena, especialmente la de los que viven en el campo.

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