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sábado, 24 de diciembre de 2016

Contra la incoherencia

Uno de los males más profundos de la Colombia del siglo XX y comienzos del siglo XXI es la incoherencia. No hemos resuelto ese desbarajuste mediante el cual creemos en un discurso que no empleamos, hacemos promesas que no cumplimos o ejercemos ideologías contrarias con las que nos identificamos.
Un ejemplo bastante reciente de esta malsana contradicción es Viviane Morales y su referendo discriminatorio que busca impedir que los homosexuales y personas solteras puedan adoptar. Nadie como Morales para representar la incoherencia colombiana: una senadora del Partido Liberal (supuestamente el partido que vela por la secularidad del Estado) que propone una reforma constitucional, abiertamente homofóbica, basada en su credo cristiano (el credo que pregona el amor al prójimo).
¿Por qué ocurre todo esto? Pues porque somos una sociedad que acostumbraron a la hipocresía, a la máscara, a vivir de la desagradable doble moral. En el fondo, no es Viviane Morales la que preocupa, sino la comunidad que la respalda y que constituye una notable mayoría. Lo cual implica una incoherencia aún mayor: la de un país que busca desesperadamente la paz mientras persigue y segrega a las minorías.
De modo que no nos engañemos más: no hay acuerdo de paz, ni premio Nobel, ni posconflicto que valgan si todavía en Colombia se discrimina a la población LGBTI. La paz siempre será un proyecto inconcluso si seguimos tratando a los homosexuales como si fueran enfermos o bichos raros a los que les gritamos marica, arepera y loca al pasarles por el lado.
Si somos el país que en la esfera internacional se jacta de su diversidad medioambiental (los cinco pisos térmicos, la infinita variedad de flores, aves y anfibios) y su multietnicidad, ¿por qué no enorgullecernos de nuestra diversidad sexual? ¿O es que en el orgullo a la diversidad también se vale ser incoherente?
El futuro sólo va a estar al alcance de nuestras manos cuando libremos una verdadera lucha contra la incoherencia. Si en Colombia la gente no ahorcara con sus camándulas al tiempo que reza por sus víctimas, si no fuéramos tan hipócritas, tan demócratas y a la vez tan autoritarios… si de verdad supiéramos lo que es el amor al prójimo y a una Constitución política pluralista e incluyente, si tan solo el prejuicio no nos nublara el buen juicio, esta nación ya sería, desde hace rato, una república tranquila donde la familia fuera un concepto al que todos pudiésemos aspirar sin importar nuestra orientación sexual o nuestro estado civil.

jueves, 8 de diciembre de 2016

¿Justicia o Venganza?

¿Deberían los criminales morir a raíz de determinados crímenes? Esta es la pregunta que andan haciéndose los colombianos por estos días. Su origen: el espantoso asesinato de una niña de siete años en Bogotá. Yuliana Andrea Samboni fue raptada de su barrio, abusada sexualmente y luego asfixiada. Esta secuencia de sucesos atroces puso en discusión la pena de muerte, especialmente entre la ciudadanía indignada que pide a gritos que se haga justicia.
En Colombia, la pena de muerte ha sido aceptada y prohibida en distintas épocas: en 1851 los gobiernos liberales la emplearon para quienes cometían delitos políticos; después, en 1886, con la nueva Constitución, se prohibió para los delitos políticos pero comenzó a aplicarse a quienes cometían crímenes atroces, ciertos delitos militares y traición a la patria en guerra extranjera. Finalmente, en 1910, fue abolida por una Asamblea Nacional Constituyente, y la Constitución de 1991 reforzó esta prohibición en su artículo 11, con el argumento de que “el derecho a la vida es inviolable”.
Por estos días, esta garantía a la vida parece tambalearse, pues muchos han resuelto que la mejor forma de combatir el horror es regresando al deshumanizador recurso de la muerte. Entiendo que crímenes como el de Yuliana producen asco e indignación, pero no es sano que nuestra idea de justicia sea emparentada con la venganza y la retaliación. No hay grandeza moral en aquel que pide la cabeza de un criminal para saciar su tristeza o construir un mundo mejor, y les diré por qué: porque la muerte degrada, enturbia nuestra búsqueda de la paz y la honradez.
El solo deseo de acabar con la vida de un homicida deslegitima cualquier propósito honorable. Una pena así en nuestro código penal nos rebajaría, por vía legal, a la barbarie del que comete el crimen.
Además, en un país como Colombia cuyo sistema de justicia es tan ineficaz que muchas veces los culpables son absueltos y los inocentes condenados, es cada vez más necesario prohibir la pena de muerte. Nada más terrible que un ciudadano que ha de morir por una equivocación judicial.
Sólo espero que Rafael Uribe Noguera, presunto homicida de Yuliana, no haga parte de esos culpables que son absueltos por “equivocación”. No le deseo la muerte, pero sí un proceso justo. Mi completa solidaridad con la familia de la víctima y con aquellas niñas y mujeres que se sienten vulnerables en una sociedad misógina y machista. Más que centrarnos en la pena de muerte, creo que deberíamos centrarnos en la violencia de género y la perversa ideología que la causa.