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viernes, 26 de mayo de 2017

Editorial de Orlando Oliveros sobre el alcalde encargado de Cartagena, Sergio Londoño

Comparto un fragmento de mi editorial de hoy en Caracol Radio (1170 AM). En él trato 3 temas:

1) Lo desatinado y homofóbico que resulta tratar de desmeritar la imagen del alcalde encargado de Cartagena, Sergio Londoño Zurek, a razón de su orientación sexual.

2) La distribución desigual de las oportunidades de liderazgo actuales en Cartagena (razón por la cual acceden siempre los mismos al poder).

3) Lo que se puede esperar del alcalde en el plano simbólico de cara a la conmemoración del aniversario de la fundación de la ciudad.

Entre todos sé que podemos construir una Cartagena más incluyente y justa con sus habitantes. Francamente espero que en su corto período de gobierno, Londoño Zurek pueda sorprendernos de la mejor manera.



jueves, 25 de mayo de 2017

Lo Amador no se olvida

En el barrio Lo Amador de la ciudad de Cartagena las lluvias no huelen a tierra mojada sino a tragedia, a catástrofe inminente. Un talud de 40 metros de largo por 5 metros de alto amenaza en cada invierno sepultar una calle entera. Quienes no conviven con este peligro diario no se imaginan lo tenebroso que pueden ser un par de nubes negras. Pero las diez familias de la calle San Fernando sí que lo saben, pues han tenido que lidiar con la idea de un desastre anunciado desde hace más de doce años.
La historia de las casas en alto riesgo de Lo Amador comienza en el 2005. En abril de ese año, funcionarios de la Oficina para la Prevención y Atención de Desastres del Distrito visitaron el barrio y declararon en “situación de amenaza” a las casas en la calle San Fernando; también recomendaron que la Secretaría de Infraestructura le hiciera una evaluación técnica a la zona, que Corvivienda contemplara algún programa de reubicación para las familias afectadas y se construyera, con prontitud, un talud de concreto para mitigar el peligro de un derrumbe.
Estas recomendaciones fueron ignoradas. En febrero de 2007, durante la alcaldía de Nicolás Curi, se destinaron 30 millones de pesos (de un presupuesto general de 600 millones) para realizar estudios topográficos en el barrio. Diez años después (2017), la coordinadora de la Oficina Asesora para la Gestión del Riesgo de Desastres, Laura Mendoza Bernett, insiste en realizar nuevamente estos estudios. ¿Qué pasó entonces con los 30 millones? ¿Se perdieron? ¿Se malgastaron? ¿Se los robaron?
Mientras la ruleta de la negligencia y la corrupción gira sin fin, en Lo Amador los aguaceros se reciben con espanto y los procesos de reubicación se tornan humillantes. Las soluciones que el Distrito les ofrece a estas diez familias en riesgo carecen de imaginación y no se ciñen a estándares dignos: pueden abandonar sus casas por un miserable subsidio trimestral de 600.000 pesos o pueden irse a vivir a un improvisado albergue en los estadios de la ciudad hasta que acabe la temporada de lluvias que, según el IDEAM, se extenderá a junio.
Nuevas casas no habrá, porque el Estado aún le falta reubicar a las familias damnificadas por los inviernos de años anteriores. Hoy, por no querer irse de sus casas bajo esas condiciones indignas, a las personas de la calle San Fernando las quieren obligar a firmar un papel en el que las responsabilizan de sus propias muertes. Es un papel cínico y perverso que muestra a una Alcaldía experta en lavarse las manos, esta vez con el agua de la lluvia.

martes, 23 de mayo de 2017

Editorial en Caracol Radio sobre la suspensión del alcalde Manolo Duque

A todos mis amigos les comparto un fragmento de mi debate editorial en Caracol Radio (1170 AM) sobre la crisis institucional que vive Cartagena a raíz de la suspensión del alcalde Manolo Duque por causa de la Tragedia de Blas de Lezo.




miércoles, 17 de mayo de 2017

El estímulo de la tragedia: editorial en Caracol Radio sobre la tragedia de Blas de Lezo

Les comparto un fragmento de mi primer editorial en Caracol Radio (1170 AM). Evoca la tragedia ocurrida en el barrio Blas de Lezo y reflexiona en torno a la negligencia de la actual administración del alcalde de Cartagena, Manuel Vicente Duque.


Ver en YouTube: https://www.youtube.com/watch?v=jBnSAJrvN9o

El estímulo de la tragedia

En Colombia se ha vuelto una mala costumbre que un gran número de nuestros funcionarios actúe con diligencia y aplomo siempre después de las tragedias. Es como si las catástrofes fueran su combustible ideal, la gasolina sin la cual no pudiera funcionar su indolente sentimiento del deber. En últimas, son funcionarios que necesitan de un espantoso detonante mediático para ponerse a trabajar.
Esto es lo que ha ocurrido en torno al control y la vigilancia de las construcciones ilegales en Cartagena. Tuvo que caerse un edificio de seis pisos sin licencia, dejando a 21 personas muertas y 23 heridas, para que la administración del alcalde Manuel Vicente Duque se empeñara en revisar las edificaciones ilegales que a diario se están levantando en la ciudad.
Sólo horas después del desplome del edificio Portales de Blas de Lezo II, una inspección relámpago llevada a cabo por la Alcaldía, la Secretaría de Planeación, la Secretaría del Interior, la Oficina de Control Urbano y los alcaldes locales arrojó el dato de que 48 de las 75 obras examinadas no poseen licencias (30 en la Localidad 1, 11 en la localidad 2 y 7 en la localidad 3), lo cual constituye un 64% de ilegalidad.
Esta investigación, realizada con un esmero hipócrita y populista, bien pudo hacerse antes de la tragedia de Blas de Lezo, entonces hubiera sido una maravillosa labor de la cual pudieran sentirse orgullosos nuestros funcionarios. Pero qué va, aquí en Colombia la seriedad y la diligencia no son síntomas de la prevención sino de la culpa, y por eso la mayoría de nuestros dirigentes y organismos de control sólo mueven un dedo cuando sobre ellos recae el llanto de las víctimas y el señalamiento de los medios.
Si en la sabiduría popular se suele decir que un hombre prevenido vale por dos, a partir de lo ocurrido en Blas de Lezo los cartageneros empezarán a murmurar que un Manolo desprevenido vale por 21 víctimas. Y quién sabe cuántas más. Nada bueno le espera a una ciudad en donde la tragedia es el estímulo necesario para cumplir con el deber. ¿Tendrá que derrumbarse el cerro de La Popa y arrasar con los barrios circundantes para que alguien piense en la peligrosa erosión que hay allí? ¿Es imperioso que se caiga el Mercado de Bazurto para que consideren una reubicación digna de sus vendedores? ¿Debe morir de hambre un antiguo comerciante del Mercado de Santa Rita para que puedan terminar la remodelación de ese mercado? ¿Hay que esperar un desastre multitudinario en Canapote para que alguien finalice el Hospital de Canapote? Ojalá la muerte no sea quien deba responder estas preguntas.

El ruido de un cambio

Cambiar la historia es un acto delicado que durante mucho tiempo sólo ha sido reservado para unos pocos afortunados o poderosos. Quienes pueden modificar el tiempo “memorable” poseen la capacidad de borrar civilizaciones enteras, erigir héroes o villanos, imponer dioses o embellecer gestas como si fueran ebanistas del viejo mueble de los siglos y decidieran quién se sienta en él y quién permanecerá por fuera, invisible a la memoria de las futuras generaciones.
Trotsky, por ejemplo, fue borrado por Stalin de todas las fotografías de la Revolución Rusa. De igual forma, los colonizadores españoles arrasaron con casi todas las culturas precolombinas a través del genocidio y el evangelio. Como consecuencia de estos cambios, Stalin se alzó con el poder de la Unión Soviética y millones de descendientes de negros e indígenas politeístas integran, hoy en día, las naciones más católicas del mundo.
Pero esta es la historia moldeada por los poderosos. En este momento me interesa más la historia que construyen los afortunados. Uno de ellos es el profesor Sergio Paolo Solano Aguas, quien hace poco presentó una investigación en la que asegura que Pedro Romero, protagonista de la independencia cartagenera, no era cubano –como se creía– sino que había nacido en Cartagena. En su trabajo, Solano Aguas afirma que a Romero no le decían “El matancero” por provenir de Matanzas (Cuba), sino por confiscar varios cerdos en el barrio Getsemaní y destinarlos al matadero por orden del Cabildo durante una época de escasez alimentaria en 1808. En la versión del profesor, Romero era un próspero artesano que se había ganado la confianza de las autoridades españolas hasta su adhesión a los movimientos independentistas en 1811.
Lo que me emociona de este descubrimiento es la idea de que aún es posible concebir la historia de Cartagena como un debate abierto, un territorio cuya cartografía de tiempo todavía pide a gritos islas de acontecimientos. Tal vez sea este el momento para que la ciudadanía también ejerza ciertas transformaciones en la historia de su ciudad.
En un famoso cuento de Ray Bradbury, “El ruido de un trueno”, un viajero en el tiempo advierte de los peligros de afectar la historia, cree que una pequeña modificación en el pasado puede alterar radicalmente el futuro. Hacia el final, alguien aplasta por accidente una mariposa 60 millones de años atrás y provoca el fascismo en el presente. Quizás los cartageneros debamos emplear un proceso contrario: aplastar monumentos de colonos, conquistadores y políticos corruptos de antaño, y dejar que las mariposas evolucionen lentamente.

Contra la doble moral

Ver a Alejandro Ordóñez y a Álvaro Uribe convocar una marcha en contra de la corrupción es como ver al diablo invitando a celebrar la eucaristía. Pura doble moral. Jamás en la historia política colombiana del siglo XXI se había visto un ejemplo tan contundente del ejercicio público de la hipocresía.
Un ex procurador, que hasta hace algún tiempo perseguía a la comunidad LGBTI y a un puñado de políticos de izquierda mientras se sucedían calladamente escándalos como los desfalcos de Reficar y los sobornos de Odebrecht, se alía con un expresidente ebrio de poder, hoy senador de un partido político que también persigue a las minorías, y juntos forman el dúo memorable que sacará al país de su nauseabunda crisis institucional. El chiste se cuenta solo, pero no sé si reírme ante tal payasada de la realidad política.
Hay que tener mucho cuidado con la doble moral: ella nos consume, nos arroja hacia un vergonzoso caldo de subdesarrollo nacional, y es en muchos aspectos peor que la corrupción porque cuando pasa inadvertida es capaz de presentar a los verdaderos corruptos como si fuesen héroes de la patria, profetas enviados por la Providencia o la intelectualidad secular.
Decía Shakespeare en Macbeth que la vida es un cuento contado por un idiota, yo creo que la vida en Colombia la están narrando los hipócritas. De ahí que nuestro discurso sobre la paz, la legalidad y la justicia sea tan volátil, pues no lo sentimos en realidad, sino que nos sirve (especialmente a los políticos) para engolosinar multitudes y engrandecer nuestro poder electoral.
Al final, el que Ordóñez, Uribe y su séquito de partidarios del Centro Democrático instiguen a marchar contra la corrupción es otra muestra más de que lo que mueve a los políticos colombianos no es la conciencia ni la ética, sino la venganza, el oportunismo y la sinvergüenzura: tres elementos que integran todos nuestros dolores de patria y hacen de la doble moral el himno que nos fulmina.
Esta es una marcha vengativa porque, en el fondo, los ultraderechistas que la promueven todavía no le perdonan a Santos el haber iniciado un acuerdo de paz con las FARC, de modo que la movilización servirá como saboteo. Es también una marcha del oportunismo porque en ella se da la ocasión perfecta para hacer una campaña política por debajo de la mesa. Y es una marcha de la sinvergüenzura porque a la hora de la verdad, cuando de escándalos de corrupción se trata, casi todos los caminos conducen a Uribe y, últimamente, a Ordóñez.