El problema de un gran porcentaje de los colombianos es su pensamiento conformista, su ambición a medias, su fuerza de convicción de corto plazo.
Por eso muchos todavía piensan que Uribe es un ejemplo a seguir y un emblema nacional incrustado en la historia: porque les pareció bien que asegurara las rutas del país a través de la represión armada, porque para ellos fue suficiente que se pudiera andar por el campo sin educación, sin salud y sin economía del desarrollo. No saben que la violencia es el recurso de los que ya han perdido intelectualmente, y vivir con esa derrota es una triste contradicción si lo que soñamos es alzar sobre esta tierra un gobierno de paz y cultura.
Uribe extrajo del pasado aquella desprestigiada premisa de que el fin justifica los medios. La hizo tangible con el Ejército y la intimidación, y a pesar de todo, nunca alcanzó sus fines. Su política de seguridad democrática, que hasta sus detractores respetan, es buena sólo por ese sentimiento conformista. ¿Acaso sí hubo seguridad para todos? ¿Cuál democrática?, si en los barrios marginales todos los pobres tenían que andar con los ojos puestos en los callejones para que no los raptaran y amanecieran muertos como guerrilleros en combate; ¿cuál prosperidad?, si los paramilitares que se desmovilizaban venían a organizarse en las ciudades como bandas criminales; ¿cuál tranquilidad?, si ser periodista en sus ocho años de terror era un acto de inmolación del que apenas quedó un rastro inconcluso de héroes echados al olvido.
Mi mayor preocupación es que aún teniendo en cuenta los desengaños anteriores, un número considerable de personas piensa que los dos períodos presidenciales de este “Gran Colombiano” han sido los mejores en décadas. Personalmente me sorprenden estas conclusiones, me pasmo ante la forma irracional en la que se mantiene casi intacto el prestigio de Uribe. Su gobierno espió y “chuzó” desvergonzadamente a los miembros de la oposición y a algunos civiles, pero la gente sigue admirándolo porque lo hizo en nombre de la seguridad, sin saber que por estas mismas razones se cayó el gobierno de Nixon y está tambaleando el de Obama.
Eso es lo que nos hace falta: el pensamiento crítico de querer alcanzar nuestros objetivos sociales con un método correcto. Veneramos ingenuamente a los personajes que en busca de un fin utilizan medios brutales y poco complejos, como si en ese trayecto que va del deseo a la realidad no existiese un puente que exigiera una técnica trascendental para llevar a cabo nuestros sueños.
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