El acto inaugural con que el procurador Alejandro Ordóñez comenzó su rutina cuando entró por primera vez en su oficina fue descolgar un cuadro de Santander y poner en su lugar un crucifijo de palo.
Estaba menos gordo y aun no perdía el color de la piel, que terminó años después con un tono blanco de sacerdote pueblerino. Nadie imaginó que detrás de aquellas gafas de aumento se escondiese una mirada preparada para empezar la cacería de brujas con que se caracterizaría Colombia hasta el día de hoy. Sobre el traje negro de gallinazo había un hombre dispuesto a construir su iglesia desde un atril de funcionario público y convertirse así en el falso profeta de los estados laicos.
Lo que viene luego es algo que supongo saben todos: el Procurador declara en contra de la despenalización parcial del aborto y argumenta devotamente sobre el concepto de familia para negarle los derechos civiles a las parejas homosexuales. Todo aquello justificado en los postulados de la Iglesia católica.
Yo no sé si esta persona se empeña en sus conceptos religiosos porque de verdad es un feligrés entusiasmado o si lo que lleva a cabo es el populismo hipócrita de los políticos. No podría probarlo. Pero si sé que los creyentes fanáticos están llenos de contradicciones: se la pasan hablando de amor al prójimo y de poner la otra mejilla, pero cuando una persona diferente usa sus libertades para enamorarse de otra del mismo sexo no cuenta como prójimo. Ni la mujer violada allá a la vuelta de la esquina en esta pesadilla de país. Ni la mujer con posibilidades de morir por un embarazo riesgoso. No, esa gente no puede ser el prójimo.
De todas formas aquello no importa mucho. Lo que yo piense no tiene por qué imponerse sobre lo que los fanáticos piensen. Esa es la lógica de la libertad de pensamiento. El problema está cuando una persona quiere violar aquella libertad para imponer su subjetividad a la sociedad y es mucho peor si esa persona se encuentra en un cargo público de un estado laico que hace décadas dejó de hacerle caso a un solo credo religioso. Colombia ha cargado con esa vergüenza desde hace casi cuatro años en que se eligió a este procurador: una constante cacería erótica e intelectual donde la autonomía moral ha sido ahorcada con la camándula incendiada de la opinión conservadora.
¿Y qué hacemos nosotros al respecto? Nada. Salir a las calles a pedir su reelección con nuestros hijos agarrados de la mano. No hay algo más decepcionante que una sociedad que poco protesta por lo que le hacen a diario y marche por eso. No lo hacen por la crisis de la educación pública ni por los falsos positivos ni por las masacres impunes del pasado. No, marchan por Ordóñez, con rosarios enredados entre los dedos y con pancartas tristes, ninguno se detiene en el camino a pensar siquiera que no es cuestión de imponer creencias sino de convivir con lo que todos creemos, y quizá, cuando ya asumamos posturas más maduras frente a esta responsabilidad que tenemos, el mundo pueda dejar de creer en Dios para empezar a creer en sí mismo.
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