Llovizna. Ignora de veras que lo pueden matar allí. Tal vez sabe cómo va a morir, lugar común en ellos, el problema es conocer el momento, el cuándo.
En los pies dos botas oscuras, indiferenciables con el suelo porque nada está iluminado, hace días la luna hacía algún esfuerzo pero ahora las cosas son distintas, la materia que brilla son los lugares en el pasado: la ciudad, las discotecas con flashes y prostitutas sacando sus espejos de mano, los autos pasando a toda velocidad por las avenidas, los avisos de comidas rápidas, los barcos en la noche. Bajo su mano derecha el fusil usado a modo de bastón, en la otra un cigarro, un puntito brillando entre sus dedos, una luciérnaga capturada. Lleva una hora de guardia y le faltan cinco, el otro soldado sale a las 0:00 hs y entra él, apenas pudiendo dormir los primeros minutos, porque la humedad le daña la respiración a todos y estar adentro de los cambuches es una prueba de fe con la patria, por el calor tan puto, tan denso. Comienza a llover de verdad. Relampaguea y es como si alguien le tomara una foto repentina al campamento: 13 carpas, ocho soldados cuidando el perímetro y un kiosco de madera con un techo elaborado con hojas de platanillo. El agua se escurre en el uniforme camuflado, en las placas metálicas donde está su nombre tal cual como lo van a clavar sobre el mármol de la lápida. El cigarro se apaga, ceniza mojada. En esas noches de guardia, en esos espacios silenciosos y líquidos se acuerda de la despedida, ese adiós que tuvo cabida en su apartamento, donde la mirada de ella le apuntaba fijamente como si él fuera la silueta de un polígono de combate, reventándole los botones de su camisa y profanando sus bolsillos, mordiéndole la horizontal del cuello, respirándole en la boca con un aliento a chicles Adams. ¿Qué estaría haciendo ella en ese mismo instante? ¿Qué estaría pensando mientras lleva a cabo su vida de habitaciones vacías, sin otro bulto en su cama que una almohada bajo las sábanas? Nadie puede decírselo. La única información que recibe tiene que ver con otras cosas. ¿Le importan? No se formula la pregunta para no tener que respondérsela, no quiere darse cuenta de que aquel jueguito está perdiendo el encanto, ya lo sabe, pero en las mañanas el cabo le repite a él y a sus compañeros toda una cátedra sobre la patria, la conservación del Estado, los valores cristianos, la fuerza pública, la obligación de proteger al pueblo y de acabar con la violencia, y les lava el cerebro más allá de los cascos, los hace sentir orgullosos de su oficio, y mientras todos se vuelven a convencer del por qué están allí el cabo les recuerda que no olviden nunca su entrenamiento, las tácticas de guerra, los tiros de gracia, la buena puntería, las condecoraciones o los días libres por dar de baja al enemigo, la bandera tricolor que está bordada en sus uniformes y que en las noches solitarias huele a gente podrida.
Si no pasa nada, ese día mueren civiles.
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