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martes, 22 de julio de 2014

Las vacantes perpetuas

Nuestro gran fracaso como ciudad se debe a una mala costumbre: casi todas las iniciativas culturales, económicas y urbanísticas que se llevan a cabo son pensadas sólo cuando nuestros gobernantes piensan en turismo. Cada propósito social, cada política de desarrollo carga consigo la imborrable pleitesía a lo que viene de afuera.    
Quieren hacer de nosotros una comunidad servil, dependiente del extranjero, lista para consumar su desvergonzado ritual de ofrendas y recibimientos presuntuosos. Por eso nos adiestran, nos “educan” con una cultura ciudadana que sólo incluye al turista como referente principal, y lo más preocupante: nos trabajan con su acostumbrada hipocresía, con esa doble moral que mientras conmemora gritos de independencia construye estatuas de colonos sobre indias arrodilladas y fusiona fiestas populares con programas comerciales de belleza. Con el tiempo, han hecho de Cartagena un gran hotel de vacantes perpetuas, una pensión de huéspedes infinitos levantada entre la fachada, la necesidad y la pobreza.
Y no es que sea malo sacar un beneficio económico del turismo, pero una ciudad que sólo concentra la dinámica de su civilización en lo turístico está condenada a vivir de los demás, de los que no están, de los que entran y salen y nunca se quedan a morar en esa otra cara de la moneda que va más allá de las playas y del Centro Histórico: ahí donde sólo llega a pasear la muerte en bicicleta.
Hemos sido víctimas de un proyecto de desarrollo que mezcla intereses políticos con ridiculeces discursivas. Para eso se inventan una “Semana del Turismo” o un “Día del Patrimonio” (que esté dentro de esa semana, claro) y nos incrustan en la cabeza el eufemismo de que “el turismo somos todos”, “las fiestas somos todos”, “Cartagena somos todos”, “el patrimonio es de todos”, y la verdad es que no estamos ni juntos ni revueltos, y no se puede hablar de un “somos todos” en una ciudad tan excluyente, en una población donde el sector acomodado únicamente se junta con los marginados para sacarles los votos o extraerles su mano de trabajo.
No nos engañemos: la última característica que se le puede atribuir a la capital de Bolívar es la igualdad. El alcalde debe procurar solucionar esos problemas de oportunidades, de educación, de empleos informales y no pretender que todos poseamos el mismo sentimiento de prosperidad cuando en realidad muchos están siendo sometidos a la discriminación y a la manipulación con eso de “aprovechar el turismo”.
Ojalá y algún día aquellos que se adueñan del poder político adviertan que el verdadero progreso social sólo se consigue en las temporadas bajas.

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